Sevilla

Los hijos del silencio

Datos erróneos, incongruencias y silencios es lo que se encuentran aquellos que quieren encontrar a sus hijos o padres

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  • Sevilla Bebés Robados -

El día en que se iba casar y acudió al Registro Civil a recoger su certificado de nacimiento, Alfonso Cárdenas, sevillano de 48 años, se llevó la sorpresa de su vida al descubrir que sus padres eran adoptivos. Después la casualidad hizo que dedujera que es un bebé robado.

La investigación que comenzó le llevó a una partida literal de nacimiento donde figuraba que lo dejaron en una casa cuna “no con apellidos de expósito, sino con los de mis padres adoptivos”, además de otras incoherencias en los documentos

Le acabó de convencer una carta dirigida a su padre adoptivo que encontró en una caja fuerte. “No tenéis nada que temer; el pasado, gracias a Dios, ha quedado atrás, y murió sin dejar huellas desagradables que os hagan estar intranquilos”, rezaba. “Todo esto se estaba preparando y fraguando”, explica Cárdenas, que ahora busca desesperado a su familia biológica.

Es uno de los 45 miembros de la Asociación Sevilla Bebés Robados, fundada en julio de 2013. Carmen Lorente, su presidenta, asegura que “lo que queremos es encontrar a nuestros niños, que no los hemos dado, nos los han quitado”. “Nos han robado un trozo de cada una de nosotras”, lamenta.

El rastreo de pistas perdidas
 

La madre de Carmen Atienza siempre le decía a ella y sus dos hermanas que en realidad pudieron haber sido ocho. Después de fallecer, comenzó a indagar sobre la muerte de sus hermanos. La poca o inexistente información sobre estas personas es el principal obstáculo al que se enfrentan las víctimas del robo de niños. En los distintos organismos los afectados sólo encuentran datos erróneos, incongruencias o silencio.

Prueba de ello es que a Atienza le aseguraron en el cementerio que su hermano murió el 13 de julio y lo pasaron a la fosa común, “mientras que en Las Cinco Llagas dijeron que ese día le dieron el alta con gastroenteritis”.

Alfonso Cárdenas se personó en la casa cuna en busca de pistas. Se las negaron. “En otros casos el juez ha dictaminado que les den la documentación, pero las hermanitas se han cerrado en banda”. En la partida de nacimiento del Registro Civil sólo venía la entrada en la casa cuna, con la ropa que llevaba y una nota donde decía que “la monja podía disponer de mí como quisiera, que no estaba registrado en ningún sitio”. En la Diputación le entregaron el mismo documento. “La forma en que se ha hecho es para que no quede ningún tipo de huella”.

Un laberinto llamado cementerio

Acudir al cementerio de San Fernando en busca de rastros documentales es un trámite obligado. Carmen Lorente sostiene que “es horrible, no ponen ni varón ni hembra, sólo que entra un feto, sin nombre de la madre ni identificación, y todos van a la fosa común, donde no se puede hacer nada”.
 

A María del Carmen Perea le dijeron primero que su hija estaba enterrada en un sitio y dos años después en otro. “Ahí no está mi hija -se lamenta-, la cajita es diferente, no es la que vio mi marido”. “Además, me he enterado de que mi familia ha pagado 1.500 pesetas por el entierro más los diez años por el alquiler del nicho, pero no consta quién lo ha hecho”. Ha conseguido una orden de exhumación para realizar pruebas de ADN que confirmen si allí está su niña.

Beatriz López busca a su hijo, que “tiene cuatro causas de muerte y no tiene entrada en el cementerio”. Los operarios del cementerio le explicaron que habían buscado “dos veces en todos los libros y no lo habían encontrado, es decir, que mi hijo allí no está enterrado”.

Los afectados se topan con el muro inexpugnable de la Justicia. Lorente asegura que “la última vez que fuimos a hablar con el fiscal había unas doscientas denuncias ya archivadas y veinte o treinta pendientes”. Coinciden en que la policía no investiga por falta de datos y que, cuando lo hace, tarda años en acabar. Los casos se cierran sin justificación.

El lucro de la esperanza
 

El robo de recién nacidos es una práctica establecida desde antes del final de la Guerra Civil. Bajo el régimen franquista fue común que a algunas madres republicanas les sustrajeran sus hijos para entregarlos a familias cercanas a la dictadura. La Asociación Nacional de Afectados por Adopciones Irregulares (Anadir) estima que son 300.000 los niños robados a sus madres durante este período.

Según Cárdenas, la madre adoptiva de otra víctima “estaba hueca y lo sabía todo el barrio”, de modo que “se puso el famoso cojín, fue a la clínica y a los dos días se llevó el niño”. Fue la segunda adopción de la familia. “Antes lo hicieron con otro pero tenía problemas, no hablaba ni andaba bien, y lo descambiaron como si fuera mercancía”.

Ante los obstáculos, los miembros de Sevilla Bebés Robados recurren a las pruebas de ADN con desconfianza. “No son fiables, está todo manipulado por los mismos laboratorios”, afirma su presidenta. “Se han lucrado primero con nuestros niños y ahora con el ADN”.

La mayoría coincide en que “hay muchos intereses de por medio y gente muy poderosa implicada, por eso lo tenemos tan difícil para sacarlo a la luz”. Sin embargo, tras ese oscurantismo pervive la actitud de buena parte de un pueblo que se niega a mirar y a reconocer su pasado, aun a sabiendas de que quien así actúa jamás podrá escribir su futuro con la tinta de la esperanza.

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