Una veintena de fotografías que fue el trabajo de fin de curso y de carrera, que esto de la fotografía era una carrera. Y ahora, cuatro años después, la lleva en pequeño formato a El Güichi del Loro Rojo, las coloca en la pared y allí estarán un mes a contar desde este jueves, como quien no sabe la cosa, o como los muchos que saben que en ese güichi los cuadros de las paredes no están comprados en una tienda de láminas y enmarcados para los restos. Allí los cuadros se mueven. Vienen y se van.
La colección está a hecha a ojo de ratón, con angulares y objetivos abiertos,con profundidad de campo y cada una sugiere algo más de lo que se ve. Por supuesto, en blanco y negro, sus dos colores preferidos, esos que usa para casi todo, hasta para lo que pide color y él se lo niega para que el paisaje sea más suyo, a su criterio, no al del paisaje.
Los mismos que utiliza con la gente que se encuentra por la calle, esa colección que aparece en Facebook gota a gota y que le sirve para hacer lo que más le gusta, la divertirse haciéndolo y para hacer amigos. Muchos amigos.
Es Ignacio Escuin y su mundo. Un hombre a una cámara pegado y una cámara pegada a La Isla y a la gente de La Isla.
¡Ea! Vayan ustedes. Allí hay mucho más que fotos. Se inauguró este jueves. ¿Lo dije? Es que no parecía una inauguración. Ni nada. Es otra forma de ver la vida.
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