El Loco de la salina

Carta de pato a perro

Tú solamente sabes decir guau, y yo, como me paso la existencia preguntándome cuál es mi pecado, no hago más que decir “cuá”. Que te vaya bien, privilegiado.

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Estimado perro: Me acabo de enterar por casualidad de que han hecho una encuesta en La Isla para ver si te dejan ir a la playa como a una auténtica persona. Por lo visto han ganado los tuyos y te van a preparar un sitio especial, al que le han puesto el nombre de “playacán”, para que te puedas bañar tú también. Ese nombre me parece una mijita cursi, pero me alegro por ti. Los hay con estrella y los hay estrellados. Tendrás que reconocer que la vida es muy injusta. Me río de los seres humanos que dicen llevar una vida perra y me pregunto cuántas desgracias caerían sobre ellos si llevaran una vida pata.

Sabes que vivo (por llamarlo de alguna manera) en medio del Parque de La Isla, en una especie de choza encalada, circular y muy pequeña para los que somos. Un día vienes y me ves, porque para qué te voy a contar las miserables condiciones en que paso mi calamitosa existencia.

Al menos tú corres libremente por la calle, o en el peor de los casos te llevan con una correa, pero yo vivo permanentemente preso entre unas rejas donde los niños se encaraman doblándolas y rompiéndolas. Si pasa una perra, tú te metes prisa y la persigues, pero yo lo único que puedo hacer es meter la pata.

A ti te van a dejar bañarte y correr por la arena de la playa, pero a mí me pusieron un estanque de agua (o algo parecido) hace un montón de tiempo, en el que me enjuago con asco de vez en cuando y nado, si las bolsas de plástico y la suciedad me dejan. Muchas veces tiene el agua tantísima mierda, que da miedo entrar en ella. Me han dicho también que muchos paisanos te llevan de vez en cuando al veterinario, palabra que no sé ni lo que significa.

Si yo me pongo malito, apañado voy con las infecciones que me esperan por el abandono en que me encuentro. Dicen que La Isla está sucia, pero una cosa es vivir en la suciedad y otra malvivir en la mierda. A ti incluso te lavan de vez en cuando; a mí, si no me lavo yo, no hay quien me eche un cable. Me imagino que, cuando te entran ganas de soltarte de vientre, lo haces del tirón y sin pedir permiso. Así estarán las calles.

Comentan que algunos cañaíllas (los que todavía tienen civismo) recogen tu caca en una bolsita, y a mí me entra de todo, porque aquí las únicas bolsas de que dispongo son las que el levante o la gente me tira en el estanque. Tú comes pitracos, carne, huesos, piensos preparados…, y yo me tengo que conformar con palomitas, con un pan más duro que el turrón de Alicante y con cuatro pamplinas más, por lo que tengo una debilidad que para mí se queda.

Por otra parte, veo que las palomas que saturan La Isla a ti te temen, pero es que a mí me acosan e incluso muchas se llevan el pan duro que me lanzan a la cabeza algunos de mala manera y que al momento se convierte en asqueroso pan migado imposible de comer. En fin, que así es la vida. Injusta. Y ahora te van a llevar a la playa por la misma cara.

Por cierto, me puedes decir dónde vas a mear si allí no hay árboles. ¿En el agua?  No me lo puedo creer. El Océano de urinario público. Y finalmente yo pienso que o todos moros o todos cristianos: si a ti te reservan una playacán, ¿por qué a mí no me hacen también una playapato? Y siendo justos, ¿por qué no se prepara también una playagato, o hablando feamente, una playaconejo? ¿A que tengo motivos para quejarme? Tú solamente sabes decir guau, y yo, como me paso la existencia preguntándome cuál es mi pecado, no hago más que decir “cuá”.

Que te vaya bien, privilegiado.

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