El jardín de Bomarzo

Liberté, liberté, chérie…

Abstraerse de lo sucedido en París y el mundo estos días resulta imposible, ante lo cual todo lo demás son asuntos menores hasta que el tiempo y su impermeable manto sepulte implacable el impacto de esas imágenes de muerte y odio ciego

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Uno. Abstraerse de lo sucedido en París y el mundo estos días resulta imposible, ante lo cual todo lo demás son asuntos menores hasta que el tiempo y su impermeable manto sepulte implacable el impacto de esas imágenes de muerte y odio ciego, tal y como ha hecho con tantas otras cosas terribles en reciente pasado. El tiempo, es cierto, lo cubre todo, afortunadamente, porque de lo contrario vivir resultaría trágico, pero mientras actúa es casi imposible continuar con la rutina, restablecerse del temor por el daño, sacudirse el miedo, recuperar sobre todo la libertad diluida por el desagüe; lo que a todos nos han quitado estos días es esa libertad, libertad, querida… que entona la marsellesa y que estos días es el himno letrado, sin abucheos, que nos une.

Dos. Verlo desde la distancia no es fácil, entenderlo menos por lo incomprensible que resulta la mente transferida en agujero negro, fría y siniestra, de personas capaces de empuñar un kaslashnikov contra inocentes ciudadanos que caminan por las aceras, o contra otros cuyo delito fue elegir mal un día de concierto. Odio en seres también humanos que, seguramente y es necesario verlo, por difícil que resulte, parten de otros sufrimientos, no desde luego provocados por los inocentes muertos de las calles de París. Es la guerra moderna basada en conceptos antiguos y que nace en una zona estratégica del planeta al poseer un tercio de las reservas de petróleo y, sobre todo, de gas natural y que, por esta y otras razones, es objeto de muchos deseos, desde los imperios antiguos hasta el mundo occidental moderno que, por intereses, se han disputado y repartido el territorio. Siria tiene gobierno propio desde hace solo cincuenta años –Why Siria…-, lo que deja muy a las claras lo reciente de su estado y el por qué de una guerra civil por el control del gobierno. Frontera con Iraq, Turquía y Jordania, en Siria el poder está en manos de los Chiíes, musulmanes que suman poco más del diez por ciento del total de la población. Entre los Suníes, también musulmanes, más del setenta por ciento del total, se encuentran los radicales o Estado Islámico (Dáesh), el famosos ISIS, grupo terrorista yihadista que proviene de Al Qaeda en Irak y que es fiel a Abu Bakr al-Baghdadi, autoproclamado califa de todos los musulmanes; controlan la mayor parte del país, son famosos por su brutal extremismo y luchan por crear un estado islámico a través de Asia y África que una a los países árabes. Al frente de los ataques en París sitúan al joven belga de origen marroquí Abdelhamid Abaqud, muerto en el tiroteo del piso de Saint Denis e ideólogo de unos hechos, no hay que olvidarlo, perpetrados por terroristas que en su mayoría eran ciudadanos franceses o belgas, hijos o nietos de inmigrantes acogidos y cuya falta de integración, por la razón que sea, no ha hecho más que alimentar un odio usado ahora convenientemente por radicales para convencerles de inmolarse sembrando muerte porque este martirio es, según les inculcan, “un medio adecuado, moral y admisible” de llegar a Alá, todo ello a pesar de que el Corán, explícitamente, prohíbe el suicidio “al ser la vida un regalo de Dios a la que no se puede dañar”.

Tres. El fútbol, algo tan inocuo y, bien pensado, tonto por cuanto veintidós hombres de corto se disputan un pedazo de cuero y ante semejante pugna el mundo se concentra, se ha convertido en escenario destacado de esta cruenta batalla por cuanto quisieron atentar en Saint Denis en un amistoso Francia-Alemania para, cuatro días más tarde, oír cantar la marsellesa con acento british en Wembley, escalofriante. España se volvió de Bélgica sin jugar, Holanda de Alemania, pero el temor este fin de semana estará presente porque esta es una guerra que nace en la sombra y, ya asumido por todos, es contra todo modelo occidental. Mañana puede ser aquí y aquí es en todas partes.

Cuatro. El terror proviene de una zona disputada por su riqueza, financiado mediante la compra de petróleo y gas por los grandes poderes económicos mundiales que no han sabido ver el monstruo al que alimentaban y que hoy se ha ramificado para volverse y morder sin otro objetivo que atentar contra la libertad, libertad, querida… Y no hay nada peor que sentir perderla, dudar si hacer ese viaje previsto en Navidad por evitar aglomeraciones, aeropuertos, riesgos innecesarios; temer cuando un ser querido pretende lo propio para, quizás y finalmente, refugiarse en un Dios cercano, católico o musulmán, padre en cuyo nombre y a lo largo de la historia tantos han matado y muchos más han muerto. Ni matar ni morir así parece divino.

Cinco. El mundo se divide muy peligrosamente en dos bandos. ¿Cómo integrarlos si cada vez uno sospecha más del otro? ¿Cómo evitar no mirar con cautela a un árabe o semejante y cómo evitar que este árabe o semejante no perciba esa mirada de sospecha o temor aunque no lo sea? O al contrario. Y esto pasa en cualquier calle de tu ciudad, de tu barrio, de tu supermercado, en tu mismo portal. Y con miradas de sospecha levantamos muros entre bandos y, de ellos, alimentan radicales a esas terceras generaciones de inmigrantes que viven en tu calle para captarles como armamento humano, esa tercera generación que ya no siente la gratitud que sintieron sus abuelos o padres por ser acogidos en país extraño y que de su marginación, generada tal vez en porcentaje equilibrado por sí mismos y por quien les acogió, nace ese rencor que rompe en odio. Hemos de aprender a convivir con esto porque tiene difícil solución, lo probable es que vaya a más y que en el trayecto, por seguridad o por miedo, debamos sacrificar parte de nuestra liberté, liberté, chérie

“Disfruté tanto, tanto cada parte… Y gocé tanto, tanto cada todo… Que me duele algo menos cuando partes, porque aquí te me quedas de algún modo”. Silvio Rodríguez.

Bomarzo.

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