Las Ana Mato de África

El ébola estaba en África, muy lejos y no iba a llegar a los países del Primer Mundo. Hasta que llegó.

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El miedo contradice a las verdades y hace de la verdad mentira. El miedo saca de nosotros toda la indignidad que escondemos y nos convierte en miserables. El miedo es el fiel compañero del hombre desde que el mundo es mundo y por eso se han inventado la historia a su manera, para no afrontarlo y sobre todo, para no reconocerlo.

En el miedo estamos instalados desde hace varias semanas, se olvida con las buenas noticias y renace cuando las pintan mal. Había miedo cuando Teresa Ronero contrajo el ébola y más miedo aún cuando iba subiendo el número de personas en cuarentena. Lo mismo que bajó cuando las personas en cuarentena iban siendo descartadas.

Y el miedo incluso se ha convertido en alivio viendo que el mal ajeno es tan parecido al nuestro que incluso intentamos que nuestro mal sea menor porque es compartido. Y todo con los mismos mimbres: el ébola.

El miedo ha vuelto cuando los americanos han dicho que van a ir a los países más afectados a hacer algo por los que están allí; o sea, que van a hacer lo que hace tiempo que deberían haber hecho si la Organización Mundial de la Salud (OMS) no hubiera errado en sus previsiones, como otras muchas veces. Aunque lo que mueve a actuar es sentir en las carnes el mal, que es lo que ha ocurrido.

El miedo ha vuelto a España porque los americanos han pedido utilizar las bases de Morón y Rota como plataformas para llevar la ayuda que precisan esos países altamente afectados. Y se han pedido todas las garantías habidas y por haber para que no se produzca un fallo de protocolo que infecte a todo el país, lo que siempre entra dentro de lo posible por muchas medidas que se tomen. Incluso, algunos rizando el rizo, han condicionado el placet que no les compete a que la escala técnica de los yanquis proporcione trabajo a la población. ¡Cómo somos!

Al final se ha dado el visto bueno, como no podía ser menos, y las medidas de seguridad que se tomen no serán ni mayores ni menores que las exigidas, sino las que son, que nadie mejor que los militares saben de virus y de guerra química y bacteriológica (¡ay, si los militares se hubieran encargado de los misioneros!).

Pero la mezquindad, también con el miedo o por el miedo, ha estado latente esta semana como ha estado latente durante meses, no ya por miedo, sino porque el ébola estaba en África, muy lejos y no iba a llegar a los países del Primer Mundo. Hasta que llegó.

¿Había que pensarse siquiera permitir la escala de los americanos en las bases españolas cuando iban a hacer lo que se debería de haber hecho hace meses? Pues se lo han permitido mientras seguían las luchas políticas sobre la actuación de las autoridades sanitarias patrias sin preguntarse cuántas Ana Mato hay en África. Porque ahí está el problema. En lo que hay y -sobre todo- en lo que no hay en África.

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