Don Jordi

Seguiría siendo el padre de la Patria manchado por la ignominia. ¿Hay peor final que ese?

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Confieso que yo siempre tuve a Jordi Pujol como a un estadista de demostrada trayectoria y ejemplo para muchos catalanes que pretenden conseguir la gloria que no le dan los votos por caminos recónditos y peligrosos.

Obviamente, ese concepto sobre Pujol como político no lo va a cambiar nada, porque las muestras están ahí, en la historia reciente de España, en la que se alternan sus grandes servicios al espacio común de todos con sus pecadillos de juventud contra los andaluces que entonces comenzaban a inundar Cataluña como lo hacen ahora los subsaharianos, pakistaníes, indios, chinos y gente de todo el mundo porque el centro del antiguo condado es una ciudad cosmopolita donde las haya: Barcelona.

Pero eso no quita que me haya llevado una decepción enorme, a pesar de que sus señores hijos -a uno de los cuales, Oleger, lo conocemos en La Isla- ya habían dado muestras de ser avispados hombres de negocios a la sombra de un padre que era, hasta el viernes, la imagen de la Catalunya moderna. Y digo era porque si digo que lo sigue siendo no dejaría en buen lugar a esa Catalunya, que dicho sea de paso y en eso de políticos y cercanías pasando por los juzgados, no hay lugar patrio que se salve.

Lo peor, como si no fue ya duro que se te caiga un mito en la cabeza, no es tanto el hecho en sí, tener dinero fuera del país, como los argumentos que ha dado para no haberlo regularizado antes en vez de esperar 34 años para hacerlo, fíjense qué casualidad, hasta le hubiera servido si la aventura de la democracia no hubiera salido bien.

Eso de que tome por imbéciles a los que bien lo hemos querido me ha partido el alma y ni siquiera se lo podría perdonar si ha actuado para salvar a sus hijos de sus muchas explicaciones por dar, como haría cualquier buen padre. Seguiría siendo el padre de la Patria manchado por la ignominia. ¿Hay peor final que ese?

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