Sala 3

Spider-Man: Homecoming

Toda una declaración de intenciones y estilo que, además, funciona como elemento de apertura emocional para con el espectador

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Como en todas las películas del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), al primer fotograma de Spider-Man: Homecoming la precede la introducción del logo del estudio, aunque con una variación tan pertinente como intencionada: la fanfarria habitual se ve sustituida por la adaptación que Michael Giacchino compone a partir de la archiconocida introducción de la serie animada que protagonizó el hombre araña a finales de los años 60. Toda una declaración de intenciones y estilo que, además, funciona como elemento de apertura emocional para con el espectador.
Spider-Man: Homecoming a-braza la comedia adolescente como subgénero para introducir en su imponente universo a uno de sus superhéroes más queridos y emblemáticos, ofreciéndonos una historieta sencilla y eficaz sobre el día a día de un chico de instituto que debe combinar sus problemas de estudiante con los de superhéroe; o lo que es lo mismo, nos muestra a Peter Parker (Tom Holland) aprehendiendo a ser Spider-Man y las consecuencias y responsabilidades que dicha aceptación requiere y conlleva. Para ello, Jon Watts toma como referente ciertas características del cine “coming of age” de John Hughes —al que además homenajea con guiños no demasiado sutiles— aunque simplificando su narrativa y profundidad para familiarizarnos con un personaje que, pese a contar con la popularidad que le otorgó la saga arácnida de Sam Raimi (iniciada con Spider-Man en 2002), debe ahora integrarse en el MCU sin que destaquen demasiado las costuras que lo consolidan.
Es la naturaleza casi anecdótica del guion, minuciosamente estudiado para adaptarse a la historia que de verdad importa, lo que retiene y limita que Spider-Man: Homecoming brille y luzca con la intensidad que realmente merece su personaje. El humor y la cotidianidad que respira la trama al girar sobre el Parker adolescente gana sobradamente la partida a la emoción que correspondería a la evolución y maduración del personaje como héroe; limitada a la conexión existente entre este y su tutor Tony Stark (Robert Downey Jr.), relación que, suponemos, está concebida para aportar más capas a la, de nuevo, historia que de verdad importa (Avengers: Infinity War, 2018) y que erradica toda referencia al verdadero origen definitorio del héroe en una decisión narrativa de dudoso juicio.
El Buitre, villano brillantemente interpretado por Michael Keaton y que supone un divertido guiño a su trabajo en Birdman (2014), evita que la cinta caiga en la fugacidad episódica a la que ella misma casi acaba condenándose. Su construcción y desarrollo, fundamentada una vez más en películas anteriores del MCU (Avengers, 2012), posee un interesante trasfondo en sus orígenes de trabajador de clase media y en la réplica que ofrece a Spider-Man mostrando los límites de lo que cada uno, tanto héroe como villano, está dispuesto a sacrificar con tal de hacer lo que considera correcto. Spider-Man aprenderá de ello que más vale ser un buen amigo y vecino que el reflejo turbio de un héroe incapaz de creer en sí mismo y los valores que lo conforman.

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