Sala 3

Alien: Covenant

La complejidad que alberga el ojo humano ha llevado a la humanidad a dudar de la evolución y a encomendar su diseño a una divinidad mayor

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Si el ojo es el espejo del alma, el primer plano de Alien: Covenant no hace más que mostrarnos la suya. La pupila de David (Michael Fassbender), de un azul frío y artificial, rememora aquellos planos de Blade Runner (1982) a la vez que sienta rápidamente las bases filosóficas de lo que vamos a ver a continuación.

La complejidad que alberga el ojo humano ha llevado a la humanidad a dudar de la evolución y a encomendar su diseño a una divinidad mayor. Un arquitecto divino capaz de crear, de la nada, lo perfecto.

Pero el ojo de David es, como ya he dicho, artificial, y su arquitecto, humano. Nos hemos convertido en creadores y, sin darnos cuenta, hemos materializado la decepción inherente de no conocer al nuestro en una flamante inteligencia artificial capaz de reconocer y juzgar nuestra propia decadencia.

Si reconocemos los errores de cohesión que estropean el metraje de Prometheus (2012), Alien: Covenant se erige como la mejor película de la saga desde las dos primeras entregas. Este hecho, plausible y no muy descabellado, podría simplemente significar que Alien: Covenant es una película correcta sin más, pero no es así. Nos encontramos ante una cinta que dignifica el género de la ciencia ficción priorizando la exploración de conceptos desconocidos mientras se dedica a deconstruir un universo del que ya creíamos saberlo todo.

Y Ridley Scott está cuajando en él toda su bilis acerca de la humanidad y su destino, desenterrando sus inquietudes con respecto a cuestiones como: ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos?, sabiendo de antemano que todas las respuestas posibles pueden causar tanto pavor como decepción.

Si la saga de Alien se caracteriza por la heterogeneidad tonal y narrativa de sus películas, Alien: Covenant parece reflejar en parte esta capacidad de mutabilidad desarrollándose como varias películas a la vez, entre las que diferenciamos claramente aquella que Ridley Scott quería rodar tras Prometheus y la otra que, el estudio, preocupado de ofrecer al público más metraje sobre monstruos espaciales, se ha empeñado en incluir. Afortunadamente, la fusión no es insalvable y predomina la primera de ellas.

No es una película excelente, me temo, al menos hasta que la revisione y me permita disfrutarla más, pues sus aires de trascendencia en combinación con los personajes más estúpidos del planeta —desde Prometheus, al menos— me han provocado un entusiasmo irregular durante todo el desarrollo de la cinta.

Entusiasmo que alcanzaba sus máximos cuando Fassbender se apropiaba de la función en un desdoblamiento interpretativo sutil y conciso más terrorífico que cualquier xenomorfo que pasara por allí, y cuando el bueno de Ridley se dedica a ampliar la mitología de Alien innovando en el imaginario visual, conceptual y narrativo de la saga a la vez que la homenajea —a toda ella, si estás atento— con dosis excelentemente administradas de acción, terror y sangre.

Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog elmurodedocsportello.wordpress.com

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