Sala 3

Silencio

Cuando las voces humanas, en cuestionamiento constante sobre su más metafísico sentido, se apagan, solo se oye el silencio

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  • Silencio -

Cuando las voces humanas, en cuestionamiento constante sobre su más metafísico sentido, se apagan, solo se oye el silencio. Lo que cada uno es capaz de captar en él, ya sea la voz de un ente divino o el ruido monótono y orquestal de la naturaleza, puede definir nuestra fe, nuestros principios y hasta nuestras metas.
En Silencio (2016), Scorsese adapta la novela homónima escrita hace 50 años por ShÅ«saku Endō, en la que se narra la historia de los dos últimos misioneros jesuitas (magníficamente deconstruidos ambos personajes por Andrew Garfield y Adam Driver) enviados al Japón feudal del siglo XVII para zanjar los rumores sobre la posible apostasía de su maestro (pertinente y veraz Liam Neeson). La película no tarda en desplegarse ante nosotros como una obra maestra insufrible, que no deja en ningún momento de reflexionar sobre la fe a través de todos sus planos —excelentemente fotografiados por el mejicano Rodrigo Prieto— sin dar tregua ni concesión al espectador, haciéndole irrevocablemente partícipe de su interesante tesis central.
Esta nueva incursión del director norteamericano en los entresijos de la religión —constante en toda su filmografía y explícita en La última tentación de Cristo (1988) o en      Kundun (1997)—  no debería ser considerada una obra emocional, pues todo en ella es quirúrgico, racional y reflexivo. El bando budista (monstruosa pareja formada por el Inquisidor al que da vida Issei Ogata y su astuto traductor, interpretado por Tadanobu Asano), se nos muestra despiadado en tanto en cuanto tortura y asesina a todo cristiano que se atreva a entrar en su tenebroso pantano sociocultural, y será el encargado de plantar cara a los enviados jesuitas en una batalla más verbal y mental que física, en la que todo diálogo se deshace rico en ideas contrapuestas sobre los orígenes de la fe y la necesidad inherente al ser humano de querer responder a las preguntas existenciales que nos definen y nos torturan.
Comparar los dos últimos trabajos de Scorsese —ambos en extremos formales opuestos— es darse cuenta de la inabarcable magnificencia técnica y artística de este maestro absoluto del cine, que aquí simplifica y depura su escenografía a través de planos largos y estáticos que, en contadas ocasiones, se rompen en rápidos barridos que recorren de un lado a otro la acción. Quizás su excesivo metraje podría llegar a enervar a todo aquel ajeno a las cuestiones que aquí se exploran, pero para todos los demás, será un magnífico e introspectivo momento de silencio en el que conectar con nuestras inquietudes acerca de la naturaleza de la religión y la razón de su existencia.

Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog www.elmurodedocsportello.wordpress.com

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