Sala 3

The Nice Guys

El cine, tal y como lo concibe Shane Black de manera inalterable pese al paso del tiempo, es una de ellas

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Odio quedarme sin palabras frente a las cosas que de verdad importan. El cine, tal y como lo concibe Shane Black de manera inalterable pese al paso del tiempo, es una de ellas. Quizás por eso, tras salir de la sala en la que proyectaban Dos Buenos Tipos (2016), no atinaba a elaborar una conclusión que fuese más allá de la simple y rigurosa realidad del axioma que se repetía en mi cabeza: “Dos Buenos Tipos es un peliculón”.

Shane Black es el hombre que reinventó las “Buddy Movies”, todas esas historias narradas a través de la imperturbable amistad de sus dos protagonistas, escribiendo magníficos guiones para algunos de los mayores exponentes del género hasta la fecha, como Arma Letal (1887) o El Último Gran Héroe (1993). Ahora, vuelve más en forma que nunca para retraernos al eterno microcosmos de la ciudad de Los Ángeles de los años 70, en el que sigue haciendo calor a pesar de que la Navidad se aproxime, los éxitos discotequeros de The Temptations continúan de moda y el mítico cartel de Hollywood Hills persiste en ruinas.

Holland March (nunca Ryan Gosling estuvo tan divertido) es un inmoral detective que bebe con la intención de olvidarlo todo menos su infelicidad y la fecha de cumpleaños de su hija Holly (fantástica Angourie Rice).

La misteriosa desaparición de una muchacha y su relación con la muerte de la conocida estrella porno Misty Mountains hará que su camino se cruce con el de Jackson Healy (histriónica y gordinflona versión de Russell Crowe) un violento investigador que no necesita licencia alguna para rastrear y patear traseros si alguien requiere sus servicios.

Como ya hiciese en la maravillosa y autorreferencial Kiss Kiss Bang Bang (2005), su anterior trabajo como director, Black juega con las pautas argumentales propias del cine negro para abandonarse al entramado sociocultural de una época en la que la industria pornográfica funciona a la perfección como galería iconográfica, origen de conflictos “conspiranoides” y fuente de pistas y desencuentros absurdos.

En esta explosiva coctelera, la química entre sus protagonistas hará que la complicidad contagie e invada en todo momento al espectador, gracias al intercambio constante de diálogos precisos y afilados, llenos de referencias surrealistas y juegos de palabras cargados de ingenio, mientras una cuidadísima banda sonora hace las delicias de los nostálgicos de la fiebre del sábado noche.

Es imposible no pensar en la doble sesión que conformarían Boogie Nights (1997) de Paul Thomas Anderson y esta maravilla atemporal que ha creado Shane Black, cuyo aroma a clásico se percibe desde el preciso instante en el que te deja sin palabras y, a cambio, con una enorme sonrisa en la cara.

Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog elmuro dedocsportello.wordpress.com

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