Ratas y perros

Siempre ha quedado claro que una cosa es estar en el Gobierno y otra en la oposición

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Siempre ha quedado claro que una cosa es estar en el Gobierno y otra en la oposición. A los dirigentes del Partido Popular, cuando Rodríguez Zapatero regía los destinos del país (todavía disfrutábamos del poco Estado del Bienestar que habíamos logrado, y no nos salpicaban a diario las mentiras repetidas como mantra, de la necesidad de recortes y privatizaciones), se les llenaba la boca llamando a la ciudadanía a la rebelión, en especial a los jóvenes, hoy, cuando desde colectivos como el 15M o Stop Desahucios se les echa en cara de forma pacífica su derrota ultraderechista que lleva el país a la ruina, y al paro y los desahucios a cotas de récords, se saca la artillería pesada de la propaganda contra ellos, y se les llega a tachar, como ha hecho la delegada del Gobierno en Madrid (otro disparate más para esta presunta cogedora de extraños sobresueldos), de estar cercanos a los proetarras. ¡Qué siga en el cargo da cuenta de con cuánta desfachatez convive este país en estos tiempos aciagos! Que sepamos, las pegatinas no son armas, y las palabras, ..., bueno, las palabras siempre han sido tachadas de peligrosas, sobre todo cuando vienen del pensamiento y la reflexión previos, armas de destrucción masiva del conformismo y las tragaderas, y ya sabemos lo que hace el PP con los que tienen (o no) armas de destrucción masiva. Que sepamos, los que si van armados cuando arrojan a desdichados ciudadanos al borde del suicidio de sus viviendas son los policías que el sistema manda por delante como perros protectores de estos bancos que no temen dar pérdidas, porque para eso Europa los rescata con nuestro dinero. Así, la Espaná  (perdón, la España) actual, con políticos que parecen esos futbolistas caprichosos, bien pagados y malcriados, que se enfadan cuando el público que paga sus salarios les reprocha estar haciendo mal las cosas, parece una historia de ratas y perros. Ratas que se esconden, que no explican, que se asustan cuando comprueban que sus vecinos no son todo lo dóciles (o tontos directamente) que esperaban que fueran, que, superados por la elefantiasis de su incapacidad gestora, y su ceguera, su sordera y su mudez, ante las personas y sus problemas, azuzan a los perros, a los señores de la porra y el casco, a ministros que legislan reformas penales que quieren tapar la boca a los periodistas para que no cuenten los casos de corrupción, que muestran mano dura con los pequeños ladrones, para no ser tan severos con los que están podridos éticamente. Y así, pueden seguir ufanándose en sus maldades.

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