Economía y paro

A la Economía los parados le traen sin cuidado. Esta presunta ciencia está solo para hacer crecer al capital, que siempre tuvo, tiene, y parece que tendrá, pocos dueños y que suelen ser los mismos.

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A la Economía los parados le traen sin cuidado. Esta presunta ciencia está solo para hacer crecer al capital,  que siempre tuvo, tiene, y parece que tendrá,  pocos dueños y que suelen ser los mismos. No se puede pensar de otra forma cuando uno repasa los titulares destacados en las portadas de papel, de lo que se llama tan relamidamente  ‘prensa salmón’, del día siguiente a conocer que un mes más hay menos ocupados y más sufridores sin remedio, y resulta que no aparece ni una referencia a las cifras dramáticas del paro; titulares para bolsas, empresas, movimientos de compra y venta, algo de lo que manda Europa en materia financiera y fiscal (dos losas), pero no hay una referencia a los parados. Esa es la realidad de la Economía: el beneficio, nunca el empleo; la cifra, jamás las personas; lo conveniente siempre, nunca lo indispensable. Por eso hacen falta políticas osadas y políticos resueltos que corten por donde tengan que cortar y que tomen de donde tengan que tomar (como lo de los supermercados de Gordillo, Cañamero y compañía, pero a lo bestia) y no gobernantes seguidistas, timoratos y conformes, adictos al “Sí, doña Bruselas, lo que usted guste mandar; sí, economía de libre mercado, lo que usted pida y no se preocupe, que al pueblo ya lo estafo yo y no se da cuenta”. Lo dice Hélène, personaje de ‘El mapa y el territorio’ de Michel Houellebecq (es profesora de Economía), tras escuchar en una televisión a un experto ofrecer un vaticinio de por dónde irá la evolución económica: “Dentro de unas semanas se verá que todos sus pronósticos eran falsos. Llamarán a otro experto, o incluso al mismo, y hará nuevas previsiones con la misma seguridad (...) ¿Cómo puede considerarse una ciencia a una disciplina que ni siquiera consigue hacer pronósticos verificables?” Así nos va. Ni se lo vieron venir, ni saben cuando pasará, ni puñetera necesidad que tienen, porque de lo que se trata es de lo que se trata: que las cosas sigan yéndoles bien a quienes les tiene que ir bien, y cuanto peor mejor, a los que les tiene  que ir mal. Y ahora ya hablamos, de rematadamente mal. Es evidente que el que arriesga el capital, está siempre en su derecho de exigir y quedarse con parte del beneficio (puede gustar más o menos), pero no se olvide que éste proviene y se extrae de la sociedad, del ciudadano, y a ésta y éste hay que indemnizarla siempre. Y en cualquier caso, hay que distinguir siempre a quien emprende una actividad hacendosa, creativa, pero mirar con lupa a quien se dedica sólo a especular con el capital, en la mayoría de los casos, ajenos, y meterlo en cintura cuando las cosas se les van de la mano.

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