Tras un silencio editorial -que no creativo- de diez años, vio la luz “Palabras subterráneas”, un libro que reunía un casi un lustro de su posterior producción. Estas “palabras” volcadas al papel y resueltas en una íntima confesión, respondían entonces a muy diversos estados anímicos y a una sucesión de escenarios -Nueva York, Atenas, Sarajevo…- y de protagonistas -Quevedo, Antonio Machado, Vinicius de Moraes…- que iban poblando el alma del poeta de remembranzas, adioses, certidumbres paternas…: “Qué sencillo y difícil,/ ver el mundo que ves,/ ahora mucho más grande porque una luz lo amplía/ a través de tus ojos puros, hija, que son/ la vida entera, mi vida”.
Ahora, “Dragados y Construcciones” (Visor. Madrid, 2011), significa un paso adelante y madurado en el quehacer de Adolfo Cueto. Galardonado con el VIII Premio Emilio Alarcos, el poemario aborda sin tapujos la esencia misma del diario acontecer, el hierro y el cemento que nos imanta al par de la ciudades y que nos sumerge en una visión sesgada y aséptica de cuánto nos rodea y contempla. Es el signo de lo tiempos, podría concluirse. Pero no. Tras esos espacios insensibles para este nuevo siglo donde “hablan de sus comisiones, sus intereses, en esos/ templos costosos del euro. El marketing, el desafío, la/ competitividad…”, el yo lírico se rebela y nos revela que aún queda el aroma de la esperanza, la voz que convoque a la dicha. Y sobre todo, el amor. Un amor con mayúsculas, con letras sagradas, que quiere clavarse y orillarse en las conciencia del ser amado y poder acariciar así, en silencio, su esencia: “Ahora que estamos solos, deja que todavía/ me acerque hasta tu boca para pulsar el mundo/ y naufrague, y me hunda, en el fondo/ del fondo. Y que la vida ruede, y que nos parta un rayo/ de placer.
Si dividido en tres apartados –prólogo y epílogo aparte- “Fuera de cobertura”, “Road movie” y “Música hacia el fondo”, estas líneas mortales de vida van trazando un itinerario unitario de paisajes, enigmas, secretos y confesiones. Apoyado en un verso dúctil y muy bien modulado, Adolfo Cueto sabe mantener un decir de alta tensión lírica, que recorre las calles desiertas del corazón, los abrazos silentes y felices del alba, las negras lunas de la urbe: “Una ciudad oscura vive dentro de ti./ Sus días son sus noches, gente extraña, miradas que se cruzan/ en los escaparates (…) Una ciudad oscura vive dentro de ti:/ se llama miedo”.
Poesía, en suma, que se sostiene sobre un firme andamiaje discursivo, que retrata el desasosiego y los anhelos vitales, que se derrama como un suave aullido sobre los besos y las lágrimas: “Todas las carreteras que vienen y van/ a ti, y esta llama de amor viva aún/ en su vértigo exacto (…) La misma/ carretera antigua, la misma/ carretera nuestra”.
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