La cercanía de la Semana Santa, una Semana Santa más, la del año 2014, impone de manera obligada una reflexión sobre este tiempo. una primera constatación es el valor poliédrica, o polivalente de esta pluricentenaria celebración. La Semana Santa de hoy es objeto de crítica para los que no aceptan el hecho de la participación multitudinaria en cultos y procesiones. Es cumplimiento riguroso para los que con la sinceridad del hombre de bien celebran el misterio pascual de Cristo. No falta quien la concibe como simple espectáculo estético, cultural o folclórico, sin entrever en estos días la manifestación más clara del amor de Dios hacia la humanidad, y su celebración gozosa por parte de los creyentes. Porque todo eso son estos días y no otra cosa: la posibilidad de que Dios nos hable a todos, cristianos y menos creyentes, conocedores de la tradición y desconocedores de su significado profundo. Por ello, se impone un esfuerzo de atención para poder descubrir la autenticidad del misterio en el que creemos, donde, a pesar de los intentos de reducir la Semana Santa a un espectáculo cultural o folclórico, hay apreciables valores religiosos y cristianos, en una identificación de las propias raíces, raíces que sin la fe cristiana, no existirían.
La Semana Santa es semana de manifestación pública de fe, que debe ser entendida desde la eclesialidad, el sentirse Iglesia, sin separación del tronco vital que ésta supone para todo creyente, para cualquier cofrade. La Semana Santa es una compleja realidad donde no pueden tener cabida protagonismos estériles, sino que todos los esfuerzos deben estar dirigidos a la búsqueda permanente del servicio al bien y al ejercicio de la más clara solidaridad. Por ello, todos los que nos sentimos Pueblo de Dios debemos eliminar cualquier atisbo de menosprecio a otras personas por no seguir determinados cánones, por no compartir nuestros puntos de vista, por no formar parte de nuestras tradiciones, recordando las palabras de Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi donde recordaba que la representación de la Semana Santa por las Cofradías es una realidad tan rica como amenazada en ocasiones. Semana Santa es tiempo para hablar ante los sabios de este mundo, de nuestra fe, sin falsos cristianismos vergonzantes ni acomplejados; es tiempo de religiosidad creyente, cristiana, católica y compartida por muchos, con un gran arraigo tradicional, acusadas expresiones simbólicas y plásticas, sin que falten otros ingredientes como la interioridad y hasta el intimismo religioso. No estaría de más recordar a todos los que formamos la Iglesia, que la religiosidad popular cuando está bien orientada mediante una pedagogía evangelizadora, contiene muchos valores y refleja una sed de Dios, que sólo los pobres y sencillos pueden conocer.
Semana Santa es representación de la vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo que, con su carga de religiosidad, es ejemplo para un pueblo necesitado de saber quién es Dios y qué es el hombre. Semana Santa es, por decirlo con una metáfora, masticar la fe cristiana para hacerla accesible al lenguaje del pueblo, y en esa clave preciosa, encontrar siempre a Cristo y a su Madre, buscándonos y ofreciéndonos la salvación, a los jiennenses de ayer, de hoy y de siempre.
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