Tiempo de miseria y de misericordia

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A finales del s. XVI, el obispo de Jaén, don Francisco Sarmiento de Mendoza, hacía un diagnóstico de la sociedad de su tiempo, que, a  grandes rasgos, se puede aplicar también a la actual situación que vivimos: "los enemigos tan validos y poderosos, los pecados tan desvergonçados, los superiores tan poco exemplares, tan olvidados de las obligaciones de sus oficios... los hijos y súbditos tan desobedientes a sus padres y superiores, en fin, el pueblo tan aplicado a la ociosidad, tan desvanecido en vanos entretenimientos de farsas y juegos... los tiempos tan estragados en usos vanos y costumbres sueltas que ni podemos sufrirnos ni hay traza de remediarnos, desauciados de cura en el hospital general de irremediables incurables". El diagnóstico que hacía el prelado no se limitaba a ofrecer una visión pesimista de la realidad, que bien podía ser definido como un tiempo de miseria, sino que indicaba el remedio para tanto mal: una "general reformación". Es lo que muchos denominan hoy rearme moral de la sociedad o fundamentación ética de la convivencia.


En su mensaje para la Cuaresma 2014, el Papa Francisco recuerda y repasa también las diversas miserias que lastran a nuestra sociedad, y ofrece un principio de "general reformación", que tiene como base innegociable la misericordia. En primer lugar, indica el Pontífice, está la miseria material, que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Esta miseria, señala Francisco, hay que erradicarla, luchando por un mundo más justo y fraterno. -En segundo lugar está la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. Escribe el Papa en su mensaje para la cuaresma apenas iniciada: "¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros, a menudo joven, tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida y la esperanza! A veces han caído en esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud". Sentencia el Papa: "Esta miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente". Hay que erradicarla, ayudando a estas personas a salir del abismo y reencontrarse como personas. 


Finalmente, está la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Dice el Papa: "Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso". Todos podemos caer en esta miseria espiritual, aunque no seamos pobres y tengamos medios. Hay que ser conscientes de que Dios es el único que verdaderamente salva y libera, y que la vida humana, cuando excluye a Dios, termina siendo un sinsentido vacío y estéril. Frente a este panorama,  el remedio que propone Francisco es la misericordia. Etimológicamente, misericordia viene de miseris-cor-dare: dar el corazón a los pobres. De esa realidad puede nacer una auténtica solidaridad, que rearme éticamente a una sociedad enferma de insolidaridad.

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