El Greco en Jaén

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Diversos medios de comunicación se hicieron eco, días pasados, del retorno del cuadro de El Greco “La oración en el huerto” a la parroquia de Santa María de Andújar. Desde el pasado mes de junio, dicha obra estuvo custodiada en la Catedral de Jaén, por realizarse obras en la techumbre del mencionado templo andujareño. Finalizados los trabajos de rehabilitación de los tejados de Santa María, ese singular óleo del pintor nacido en Creta (Grecia), volvió a su lugar de origen. Allí ha estado desde el s. XVII, cuando la munificencia de D. Antonio Sirvente de Cárdenas, Presidente de la Chancillería de Granada, dotó a Santa María de una magnífica colección de cuadros para su retablo mayor, proveniente de la pinacoteca particular del mencionado mecenas. De los cuadros que ornaban el retablo de la capilla mayor del primer templo de Andújar, el único que se salvó de la furia iconoclasta del verano de 1936 fue precisamente “La oración en el huerto”, que por aquellos días se encontraba en el Museo del Prado, de Madrid, para ser restaurada. Desde entonces, esta pintura de El Greco ha participado en diversas exposiciones provinciales, nacionales e internacionales, y se apresta para poder ser contemplada en la muestra que prepara el citado Museo del Prado sobre el influjo del artista cretense en la pintura moderna.


El motivo de esta exposición, que se abrirá en Madrid, el próximo mes de junio, no es otra sino conmemorar una efemérides: el IV centenario de la muerte de Doménikos Theotokópoulos, acaecida en Toledo, en 1614. Congresos, exposiciones, publicaciones y otras iniciativas culturales acercarán al gran público a este enigmático pintor, cuya obra han pretendido desentrañar especialistas de la talla de Jonathan Brown, Manuel Cossio o Fernando Marías, por citar sólo algunos.


Pero –quizás sea mi impresión-, en la vida y la obra del cretense siempre hay algo de oculto, de reservado, de trascendente, una dimensión que es inaferrable por el espectador. En mi modesta opinión, el peregrinaje estético del Greco, que le llevó desde su Creta natal, pasando Venecia y Roma, para recalar finalmente en la España imperial del Quinientos, no logró borrar la base fundamental de su lenguaje pictórico, que no es otra sino la técnica artística oriental, bizantina, dirigida fundamentalmente a la creación de iconos, que servían para el culto y la oración.
En efecto, El Greco no se dejó seducir por una tridimensionalidad óptica renacentista que ofreciese una visión fotográfica de la realidad, y aunque acusa el influjo del uso de los colores, que recibió de Ticiano y del Veronés, en el fondo –retratos aparte-, Theotokópoulos no dejó de ser un iconógrafobizantinizante, a la occidental. Por eso, su pintura religiosa mantiene un hálito de trascendencia, para abrir con sus formas y colores una realidad que va más allá de lo simplemente humano. Por eso, pasados los siglos, la obra del Greco sigue siendo tan peculiar, y continúa atrayendo tan poderosamente generación tras generación. Una lección que los modernos creadores de arte religioso deberían aprender para que su creación fuese eso, auténticamente religiosa.

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