La novena provincia

Levantarse y vivir

No es fácil. Imagínense: levantándote y viviendo y solo con eso ya está todo bien: es un día bueno.

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LEVANTARSE Y VIVIR

  No es fácil. Imagínense: levantándote y viviendo y solo con eso ya está todo bien: es un día bueno. Es cierto, para mí resulta bastante sencillo. Escribir, vivir. A veces se parecen mucho.

  Pero manejar las palabras, hacer que hagan lo que hacen, que fascinen a unos, que aturdan a otros, que se impongan sobre la vida de los desconocidos, no significa que sepas vivir. En absoluto. En realidad, a veces  le complica la existencia a uno. Si conoces su poder, si manipulas su enorme tonelaje, puedes fácilmente ver alterada tu propia realidad.

  “No a la realidad”, leí en una pancarta. Sí, una vez descifrada se hace complejo aceptarla. La gente se muere, la gente se mata. Las penurias de la vida imperfecta sobresalen, manchando de tonos grises muchos días azules. Por eso, resulta sencillo oponerse a la realidad, discutirle su argumento o, directamente, esconderte de ella. No es  condición asumirla: ¿quién no prefiere vivir en otro lugar, uno en el que la realidad la creemos nosotros mismos, en vez de convertirnos en víctimas de esa que han formado los demás?

  La realidad a menudo no tiene nada de bueno. En muchos lugares del mundo no es otra cosa que una pesadilla continua. Y en otros donde la vida no es realmente un desastre, son las mentes de los individuos los que arruinan la existencia. Nos hemos creado tantas necesidades, entre ellas la de ser -o parecer- perfectos, que acabamos los días -también los buenos- agotados ante tanta coacción, la mayoría de ella íntima e infundada.

  Sin percibir que, en verdad, todo eso que nos falta no es el problema: la verdadera complicación reside precisamente en pensar que nos falta, y deducir que lo necesitamos. Cuando, realmente, no es en absoluto así: nada de eso resulta imprescindible para derrocar esta estricta y feroz dictadura que se empeñan en establecer quienes amparan la felicidad siempre, la felicidad constante, la felicidad exigible.

  En el fondo, saborearíamos vidas más sobresalientes sin apretujarnos desesperados, temerosos, junto a la felicidad; sin demandárnosla cada instante; sin devorarnos cada vez que el teléfono móvil no registra las llamadas o los mensajes esperados; sin permitirnos observarla deslizándose en su huida -su deserción- persistente y sensata. Recurrente.

A todos nos deberían conquistar días sublimes  en los que  simplemente,  uno se levantó y vivió.
Algeciras a 19 de abril de 2017
Patricio González


 

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