La novena provincia

Una vida low-cost

Nada es gratis y siempre hay alguien que paga el coste de lo que consumimos. Cuando no sabemos como se va a pagar una mercancia es porque somos nosotros mismos.

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 UNA VIDA LOW-COST
Una  de las modificaciones que nos ha traído la modernidad es el modelo de negocio basado en el coste muy bajo: aerolíneas que ofrecen precios prácticamente gratuitos para sus viajes, servicios telefónicos basados en tarifas ultrabajas, medios de comunicación de acceso gratuito; en definitiva, toda la extensión de un modelo basado en precios bajos o inexistentes, donde lo importante es conseguir pequeños beneficios por unidad, pero vender muchas unidades o generar valor a través de poner en común alguien que no quiere pagar con alguien que paga por los dos.

   Dicen  los economistas que nada es gratis, y que siempre hay alguien que paga el coste de lo que consumimos. Por ejemplo, en los diarios digitales con acceso libre, donde la principal fuente de ingresos es la publicidad asociada al tráfico generado en la noticia. Los medios luchan por captar la atención del lector el tiempo suficiente para que las agencias de publicidad consideren valioso colocar un anuncio que pueda ser de interés para el consumidor. O las redes sociales, de acceso gratuito y donde la principal fuente de ingresos son los datos de navegación o geolocalización del usuario, que quedan registrados para posteriores campañas de marketing.
 
   Nada es gratis, y siempre hay alguien que paga el coste de lo que consumimos. El modelo low-cost, se está estableciendo como una práctica habitual en el mercado: de hecho, algunas de las compañías más grandes del mundo, como Google o Facebook, no reciben ingresos de sus usuarios, sino de los que quieren acceder a ellos. Cuando no sabemos cómo se va a pagar una mercancía, normalmente es porque la mercancía somos nosotros mismos. El problema surge cuando esta cultura del low-cost se extiende a los servicios públicos:   las contratas de limpieza a precios que hacen inviable el mantenimiento de las calles, servicios de comedor escolar en malas condiciones, presupuestos de salud que no permiten reparar los desperfectos hospitalarios… La lista es interminable y puede ser fácilmente identificada en los medios de comunicación. Esta práctica de subastar los servicios lleva a ofrecer políticas públicas de pésima calidad: proyectos mal planificados porque se hizo un análisis somero, evaluaciones que no sirven para mejorar las políticas públicas porque su alcance es ridículo, auditorías que se alargan porque las ganó una firma que tiró el precio y en realidad no sabe hacer su trabajo… o , por ejemplo, las subastas a la baja de los medicamentos genéricos que nos hace la Junta de Andalucía(Que en este caso ya es jugar con la propia vida de los enfermos andaluces). Un desperdicio de recursos públicos precisamente por querer ahorrar. Si un servicio público está mal dotado, alguien lo terminará pagando. Y en el caso de los medicamentos genéricos de la Junta de Andalucía, han conseguido que los enfermos andaluces seamos la mercancía y  tengamos una auténtica  vida low-cost.
Algeciras a 2de marzo de 2017
Patricio González

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