Patio de monipodio

Gente tóxica

Porque el personaje tóxico es destructivo. Fundamentalmente destructivo. La destrucción forma parte de su ADN, como necesidad de su espíritu dominante...

Hay gente tóxica. Claro que sí. Demasiadas. Son clarísimos rasgos distintivos, su comportamiento, su manía de reflejar en los demás su propia forma de ser, como, si en vez de tratar con un ser humano hablaran solos, consigo mismos, frente a un espejo, resultado de su propia visión del mundo desde sí y sólo hacia sí. El mundo es ellos y todo lo demás, deben girar en su torno. Reflejan en quienes le rodean y se esfuerzan en ver en ellos sus propios traumas y complejos. Y su bilis que descargan, mientras cínicamente se sacuden como si el otro la hubiera descargado en él.

El personaje tóxico es capaz de cualquier villanía con tal de imponerse. El egoísta llama egoísta a los demás, el dictador autoritario considera -se obliga a considerar- que “el otro” le quiere imponer sus ideas. Es su particular escudo protector, aunque no tenga necesidad de protegerse de nada ni de nadie; sino sólo de sí mismo. Pero, en su cobardía es incapaz de reconocer que, lejos de  defenderse, porque no se precisa defensa alguna. cuando nadie le ataca y se dedica a atacar a todo cuanto pudiera oponerse a su maniática egolatría destructiva.

Porque el personaje tóxico es destructivo. Fundamentalmente destructivo. La destrucción forma parte de su ADN, como necesidad de su espíritu dominante. Pero ¿quién es “el otro”? En su desvarío totalitario, el personaje tóxico nombra antagonista a quien ni pretendía ni sospechaba poder acercarse a serlo, para llegar a acusarle, sin escrúpulo alguno, de los defectos que a él mismo le acomplejan y le impiden ver con claridad el horizonte. Incluso llegan a acusar, sin remordimiento: “A ti te gusta cortar cabezas”, cuando lo que le gustaría es arrancársela al otro de cuajo, de un sólo bocado, inocente-ignorante de que, eso de quedarse la inteligencia del engullido es puro camelo.

La toxicidad es fácil verla en la política. Pero incluso los políticos no llegan casi nunca a los niveles de un verdadero tóxico, honrado padre de familia, amable vecino, que, sin embargo, enseña sus garras en cuanto quiere ver en peligro su deseo de preponderancia en cualquier asunto, y entonces descarga esa bilis verdosa y abundante por preparada a conciencia, sobre quien jamás tuvo la idea de robarle sus ideas ni  siquiera bajarlo del trono en que indebidamente se ha subido en su búsqueda de colocarse por encima de todo y de todos, naturalmente sin merecimientos. Por eso es capaz de afirmar, sin avergonzarse, porque para eso hay que tener vergüenza, “Tú quieres ser el rey y yo no soy súbdito de nadie”. La frase, que podría ser muy cierta cuando sea cierta, es decir, honrada, se convierte en pura estulticia, o peor aún: pura hipocresía manifiesta, cuando la acusación carece de sentido, porque ni remotamente ha existido intento de imposición alguno.

El tóxico puede destruir un proyecto largamente construido, si se rechaza su imposición, y protestar cínicamente “porque no acepta imposiciones”. Comprensible, e inaceptable incapacidad para reconocerse. El personaje tóxico en su cínica maldad, tiene una sola cosa positiva. Una sola ventaja: sirve materia para escribir. Sin intentarlo; sería generosidad para quien destaca por su personalista egoísmo. 

 

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