Patio de monipodio

Nosotros ¿qué?

Vuelan conjeturas, que llaman “especulaciones”. Y también se especula, pero con la mayoría que debería no ser silenciosa.

Vuelan conjeturas, que llaman “especulaciones”. Y también se especula, pero con la mayoría que debería no ser silenciosa. Conjeturas, suposiciones, elucubraciones, traen de cabeza sobre el siguiente paso en el conocido como “problema catalán”, en realidad problema Rajoy. La ceguera, la obcecación, están creando independentistas; no se dan cuenta o no quieren darse cuenta. Este no es el siglo XVI, cuando el hermanastro del Rey podía arrasar las Alpujarras, ni el XVII, cuando se creía poder eliminar el descontento andaluz con decapitar al Marqués de Ayamonte. Habrá que decirlo otra vez: referéndum no es independencia. ¿Por qué se confunde arteramente? Los opuestos a la independencia, en uso de su derecho, sólo tenían que votar NO; pero prohibir un referéndum, además de ir contra la democracia, lleva a la polarización más peligrosa, no del Gobierno catalán, sino de cuantos, por distintas razones, ni se lo habían planteado.

Si espera acallar voces con prebendas, rebaja su ya escasa capacidad, porque sólo afrentará más al conjunto peninsular. Ya ha despertado las dos Españas, pero no las unirá contra Cataluña; con ésta, ahora son tres. ¿Dónde quiere llegar? ¿A hacerse con todo el poder a lo Fujimori, por la legitimación de su política de exaltación de la “unidad” forzada, pues sus métodos totalitarios pueden servirle en cualquier otra situación, aunque fuera una simple protesta por cualquiera de las muchas carencias? O aprovechar el apoyo de la reacción disfrazada de “izquierda”, para imponer un simulacro con que destacar dos, a lo sumo tres comunidades. Es la trampa de la llamada “federación” propuesta por algunos “linces” -si acaso cocodrilos- de la política, figura imposible, pues una Federación sólo puede partir de acuerdos de entidades independientes. Para convertir España en Federación, primero tendrían que separarse todas las comunidades que fueran a formarla; algo que choca frontalmente con la guerra declarada a la primera que la ha intentado. El amago, la parodia de federación, es sólo un pretexto para volver a la política perdida por los enemigos de la autonomía andaluza en el 77: mantener sólo tres comunidades y anular las catorce restantes, lo que entonces les impidió el empuje andaluz.

Cortina tras cortina de humo, mientras la complacencia con bancos, eléctricas y constructoras fabrica otra burbuja, los problemas de Andalucía se esquivan. La llenan de “patriotismo” de salón, para que no preocupen la oposición gubernamental a las 35 horas, no sea que pueda ganar puestos de trabajo, ni las comunicaciones, como el metro, la S-40 o los corredores mediterráneo y atlántico. Ni el riesgo de apoyar ciegamente –también- a una empresa gasística, para que convierta Doñana en una latente bomba nuclear, con autorización a espaldas de la Junta y de los ayuntamientos implicados y contra su voluntad y el interés de Andalucía. Es uno de los riesgos de apoyar la política autoritaria desplegada por el Gobierno de España, parapetado en una “unidad” continuamente rota por la desatención absoluta de Andalucía por parte del Ejecutivo e, individualmente, el desprecio por tantos miembros relevantes de su partido.

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