Patio de monipodio

Embrujo comercial

Me he comprado un… estaba baratísimo”...

Me he comprado un… estaba baratísimo”. El/la comprador/a no ha mirado la calidad, ni la conveniencia o necesidad. Ni siquiera el color. Sólo “estaba baratísimo”. Hay establecimientos capaces de provocar un atractivo, una necesidad de compra insuperable. Cerrado “El Rubio” -quizá por la reforma, que disimuló su imagen bullanguera, pese al mantenimiento de calidad y precios-, a continuación se hacen kilómetros para guardar colas, también kilométricas, para comprarle a una empresa irlandesa. Antes se hacían colas en otros grandes almacenes, donde el comprador se sentía elevado por la “categoría” del vendedor. Se ven los estragos de la crisis, porque al menos hemos bajado al más ínfimo escalafón.

Cosas de las costumbres de gastar y de los dineros circulantes, que pronto no habrá, para eso: nos incitan a hacerlo todo con el móvil. Y cuidado con perderlo, que, entonces, se habrá perdido todo.

Hacer una cola en torno a la manzana, para poder acceder al interior de unos almacenes, y poder comprar un par de camisetas -igual, pero más baratas en el mercadillo semanal-, dice mucho del adocenamiento a que se ha llegado. Y del nivel de ignorancia reinante: por cada puesto de trabajo creado por una gran superficie, se destruyen tres. Y encima, quizá excepto el caso de los irlandeses, ni de lejos son más baratos. Que esa es otra. Espeluznante es, que con más de un millón de parados, en Andalucía se siga actuando como si todo lo exterior mereciera más la pena que lo propio. Andalucía no tiene nada que envidiar a productos similares fabricados en otros lugares; ni sus tiendas tienen menos categoría ni peores productos, más bien al revés. Y sus precios, salvo contadísimas excepciones, también ganan a los de fuera. ¿Dónde está el “embrujo”.

Hacen una excursión, pierden un día entero, para viajar a otra ciudad, porque en la suya aún no hay un gran almacén que venda prendas para ahorrarse el lavado, porque hay que tirarlas después de ponérselas una vez. Esa es la “altísima calidad” que viene de fuera, a precios convertidos en los más altos. Pagan seis euros por el kilo de pollo, teniéndolo a cuatro en la tienda de la esquina, donde hay más garantía de frescura, porque no les sobra, por lo que no precisan volver a meterlo en la cámara.
Pero no se ve a toda esa gente en la calle, reclamando a los diputados un poco de decencia, para que no sea necesario recurrir a las bragas de un euro, ni a los seis pares de calcetines dos, aunque duren un mes. Nadie se detiene a pensar dónde y en qué condiciones de casi esclavitud han sido fabricados esos artículos. Tal vez por niños, en talleres capaces de la tragedia, como ocurrió en Bangla Desh. No preocupa la colaboración precisa para que se mantenga esa explotación humana. No preocupa y no se levanta la voz ni un decibelio, porque el 1% de la población, acumulador de más riqueza que el 99% restante, les fuerce a buscar esas “gangas”, responsables de explotación, miseria y muerte. ¿Qué podemos esperar de esa mayoría que, en busca de precios bajos, no siempre bajos es capaz de aumentar la explotación y la miseria? La “ventaja” de un precio al que empujan quienes se lucran con él, es mucho más fuerte que el alcance de una vida digna.

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