Patio de monipodio

Defineción

Hablar bien, sólo es expresarse adecuadamente. Y, para expresarse adecuadamente, se precisan normas compartidas y aceptadas...

Hablar bien, sólo es expresarse adecuadamente. Y, para expresarse adecuadamente, se precisan normas compartidas y aceptadas. No puede existir un lenguaje privado, a gusto de cada cual, ni el “lenguaje de tribu” sirve para entenderse, salvo en el interior de la tribu. Porque un “colega” es quien practica la misma profesión, no el sustituto del amigo ni un compañero de juergas y correrías. Porque lo “puntual” es lo que se hace o llega a punto, a su hora, pero no lo esporádico, circunstancial, ocasional, momentáneo; que para eso hay algunas definiciones más.

Lo grave no son las definiciones, sino las “defineciones”. El idioma no lo impone la RAE, solamente lo recoge. El idioma lo impone el hablante, el propio usuario. Pero sin “representantes”: estos quedan para la administración, ó la política, aunque los políticos se hayan creído capacitados para definirlo y rehacerlo, motivados por su propia incultura, asumida, aceptada y satisfecha, que es lo peor. Cuando a cierta dirigente se le ocurrió exigir que los cargos militares se feminizaran, olvidó, o nunca lo había sabido, que una “generala” es un toque. Una “caba” es una mujer de mala vida. Y una “soldada” es un sueldo. Hay unas reglas, que no han sido impuestas, sino aceptadas, deducidas por el uso que les da sentido. Por ejemplo: en idioma castellano o español, sólo hay un plural. Igual que en inglés sólo hay un tratamiento y nadie intenta cambiarlo, menos aún forzar el cambio, como se intenta aquí, con los paradójicos y ridículos “vecinas y vecinos”, “ciudadanos y ciudadanas”, “compañeros y compañeras”, “jóvenes y jóvenas”, o valientes y valientas”, el colmo del desatino. O tenaces y “tenazas”. ¿Suena bien?

Querer forzar el cambio de expresiones por causa ideológica o política, es forzar el lenguaje. Y, peor aún, es manipular para llegar a la imposibilidad de entendimiento. Encima, el idioma no discrimina. Lo que discrimina son la mentalidad cerrada, sea del signo que sea, y las leyes. Así, llega el mayor desatino de la peor arbitrariedad: El participio activo “ente”, indica entidad. La persona que tiene entidad para ejercer una capacidad, tiene el “ente”. Por lo tanto, quien preside, independientemente de su sexo, es (el ó la) Presidente. Como el/la enfermo/a es “paciente” O quien ataca es “atacante”. Igual que no existen “persono”, “periodisto” ó “taxisto” tampoco existen la “atacanta”, ni la “estudianta”, ni la “comercianta”, ni la “adolescenta”. Ni la jóvena. No se olvide, por más “moelna” que quisiera parecer la ex-Sra. de González, Dª Carmen.

Conflicto lingüístico absurdo, como el de las terminaciones “e”, “el”, “en”, “er”, “es”, por neutras, no masculinas. ¿Son masculino los nombres Belén, Dulce, Edurne, Esther, Inés, Isabel; Raquel? Entonces ¿de dónde sale “alcaldesa”, por poner un ejemplo? Tenemos el idioma más rico del mundo, aunque se llame español y antes castellano, creado y evolucionado en Andalucía, por más que eso les pese a los desinformados e incultos críticos de nuestra forma de expresarnos, pese a que la siguen copiando. No permitamos que unos cuantos ignorantes electos quieran confundirnos, supliendo sus obligaciones para con sus votantes.

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