Patio de monipodio

Voluntarios

Otra vez “er fumbó”. Miles de millones, con los que se podrían construir hospitales, escuelas, ferrocarriles, autovías…

Otra vez “er fumbó”. Miles de millones, con los que se podrían construir hospitales, escuelas, ferrocarriles, autovías… o invertir en la creación de industria que generara suficiente empleo duradero, beneficios para la capitalización e ingresos a la Hacienda Pública, se pierden cada semana en la “pasión” de espectadores televisivos y oidores radiofónicos, discutidores de virtudes pedestres en el bar, paulatinamente sustituido por las redes sociales, dónde desplazan y superan con creces cualquier planteamiento social, y no digamos cultural. “Er fumbó” es el dueño. El amo. El rey. El españolito medio de hoy puede quedarse sin comer; sin vestir; sin vivienda. Pero que no le toquen su acceso al estadio o, en su defecto, su retransmisión mal llamada “deportiva”. Porque mirar no es deporte.

El fútbol, lamentable aliado y fomento de la mayor y más feroz alienación; por eso es protegido. De eso va la cosa. Porque se necesitan voluntarios para atender y ayudar a personas necesitadas, para dar enseñanza, para actos benéficos, para cuidar niños y ancianos, para curar enfermos y heridos. Para mejorar la vida, en definitiva. Pero se ofrecen para cuidar la seguridad en los partidos de fútbol, para retirar objetos que puedan resultar peligrosos… trabajos propios de vigilantes de seguridad, que el equipo se ahorra gracias a estos voluntarios recoge(toca)pelotas. El colmo del fervor-favoritismo al futbolero mundo. Simple y generoso pago a sus servicios, prestados en pro del embrutecimiento general; a su capacidad para adocenar a la gente y expulsar su espíritu combativo, para combatir su capacidad de movilización, en definitiva, para adoctrinar y eliminar todo atisbo de actividad en defensa de derechos democráticos. Conducir a la gente, minando su personalidad. Hacer al espectador, espectador también de sus necesidades y derechos en la vida real.

En un país dónde se pierden y se siguen perdiendo profesiones porque prácticamente se ha prohibido la figura del aprendiz; dónde un autónomo corre grave riesgo por recibir ayuda de su hijo en el negocio paterno; dónde las organizaciones culturales y de ayuda tienen dificultades para atender sus programas por falta de voluntarios, resulta indignante, bochornoso, que los equipos de fútbol, capaces de mover cientos de millones de euros y pagar unos emolumentos escandalosos, tengan libertad para disfrutar del trabajo gratuito de esos “voluntarios”, que acuden presurosos a cambio de poderse quedar a ver el partido.

Creíamos que el tiempo de “cantar por la comida” había pasado. Pero sólo se ha transferido. Transformado en el nuevo cáncer social, utilizado  para anular el pensamiento humano, por los mismos que criticaban no hace tanto tiempo el mismo uso, pero mucho menos intensivo, por un Gobierno de infausta memoria, superado, no conformes con emularlo. Quien acepta entrar en el juego de aplaudir su propia anulación, quien acepta grandes dosis de arbitrariedad como la del “hombre de negro”, con omnípodo poder para cambiar un resultado, forma parte del juego: ha sido “capacitado” para acatar sumisamente decisiones contra sus intereses, en beneficio de quienes más tienen.

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