Patio de monipodio

Cuidado con los antitaurinos

El toreo es un juego. Con un animal al que peso y cornamenta hacen peligroso, al sacarlo de su ambiente y provocarlo, porque al juego se sumaron la muerte y crueldad para debilitarlo con vista a la “faena” o tercio de muleta...

El toreo es un juego. Con un animal al que peso y cornamenta hacen peligroso, al sacarlo de su ambiente y provocarlo, porque al juego se sumaron la muerte y crueldad para debilitarlo con vista a la “faena” o tercio de muleta. Y aquí surge la pregunta: si es preciso quitarle fuerza para jugar con él ¿por qué no llevan un animal más pequeño? Hacen sufrir al espectador sensible sus intentos vanos por quitarse las banderillas y el dolor de una pica sañudamente clavada en el lomo. Pero todo el rechazo producido por esa crueldad, es incapaz de negar la belleza plástica del juego. No es arte la sangre; es arte, cuando es, la forma del enfrentamiento. Una cosa no puede anular la otra. Se sufre con su agonía; se sufre más, al ver celebrarla a miles de fanáticos. Pero el fanatismo, por desgracia, no sólo está en las gradas.

Algunos, muchos, se autotitulan defensores de los derechos de los animales. Analícese. Muchos llamados “antitaurinos” conciben de forma “sui géneris” la defensa de la vida animal. No se les ve dejar de consumir foie gras, para evitar la tortura al pato. No se les ve buscar el número 1 impreso en los huevos. No buscan pollos criados en libertad, en nombre de un ahorro que les hace cómplices. No les importa que los pollitos, recién nacidos, sean despedazados vivos y se tapiñan las hamburguesas “tan ricas” de su cadena de comida rápida preferida. No existen sus protestas a despeñar una cabra desde un campanario o enloquecer al toro con el fuego en los cuernos. No se manifiestan en lugares de mayor daño al toro, ni a la carrera del bocadillo de chorizo con la retahíla de los meses, ni dónde tiene lugar el mayor número de corridas anuales.

Pero, desde esos mismos y desde otros lugares, se citan en la Maestranza de Sevilla, el único sitio que recibe manifestantes contra la “tortura” al toro. Llamativo. Sin entrar en la posible razón, resulta muy llamativa la oposición a una actividad de atractivo turístico, sólo en la ciudad de Sevilla. Es ridícula la complacencia del aspirante a torero ante un toro muerto a tiros. Y repugnante la alegría de algunos anti-taurinos ante la muerte del torero, en la plaza o fuera de ella. Fanatismo tan negativo y despreciable como todos los fanatismos.

Hay otras formas de practicarlo; la tortura al toro es reciente; la norma actual aún más, pero el juego taurio tiene más de seis mil años; luego pica y muerte son accesorias. Se podría torear sin sacrificio, aunque no todos los toreros sean capaces. Mejor, emergería la verdadera calidad. Pero se rebrincan los fanáticos ante la sola mención a mantener el toreo sin daño físico. Les ciega el fanatismo y descubre su verdadera faz: si realmente defendieran la dignidad animal, estarían contra el sufrimiento, no contra la fiesta. Pero el fanatismo llega más lejos: hasta a faltar el respeto, insultar ó negarse a aceptar cualquier pensamiento como el precedente, en un claro y peligrosísimo arranque de totalitarismo filo-fascista. Lo fascistoide de algunos “anti” presente para desahogar pasiones personales, hace más daño a los verdaderos defensores de los animales y a la posibilidad de convivencia y encuentro cultural, que al futuro del toreo.

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