A veces pienso que el mundo se está volviendo loco. Olvidándose de todo, con la locura por bandera y los pies en el cielo, dándonos de bruces contra el suelo en cualquier desencuentro. Que fantaseamos demasiado y la realidad lentamente está huyendo de nosotros al ver todo lo que le espera. Porque nadie quiere lo que el destino nos tiene preparado. Y mira que aún no hemos conseguido leer las siguientes páginas de su libro. Aunque es mejor no leerlas, porque sabemos que no podemos volver a escribirlas. Que no merecemos ni la cuarta parte del gran patrimonio que tenemos. Que nos lo estamos cargando, sin hacer ruido y dentro de unos años saltarán las alarmas. Cuando no quede nada, cuando echemos de menos lo que algún día tuvimos. Porque no tenemos conciencia de que hay que saber cuidar lo que es nuestro. De que la eternidad depende de nosotros. Aunque lo efímero siempre sea lo que más nos llame la atención, lo que queda para el recuerdo, lo que nos marca. Siempre estamos todos para recalcar que cualquier tiempo pasado fue mejor, mientras nos perdemos todo lo que está pasando aquí y ahora. Tenemos que hacer del presente nuestro mejor momento. Valorar en este preciso instante nuestros más preciados tesoros, conservarlos a toda costa y si algún día lo perdemos, que quede constancia de que nosotros no pudimos hacer nada más para retenerlos. Porque siguen existiendo los viajes de ida sin vuelta dónde los hasta pronto se convierten en adiós. En los que pasa el tren, llevándose todo y dejándote a ti solo en la estación viendo como el tiempo transcurre, dejando atrás aquella persona que algún día fuimos. Por eso quizás nada cobra sentido hasta que nosotros mismos se lo damos. Tarde. Siempre damos sentido a todo cuando se nos escapa. Aún estas a tiempo, párate a pensar en todo lo que tienes, aprende a darle su verdadero valor y no dejes que nada ni nadie se te escape, porque queremos seguir siendo y para ser, necesitamos del resto.
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