Palabras en Libertad

Se puede evitar el naufragio en las redes

La inmensa mayoría de los usuarios de las redes sociales viven de espaldas a las cavernas y los búnkeres, y no usan sus oportunidades

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Arden las redes. Dicen los expertos que en unos años la mitad de las noticias que se difundan serán falsas. Si a eso le añadimos que pasan por gurús virtuales los viejos vendedores de crecepelo y humo reconvertidos a las tecnologías de la información, no es de extrañar que las redes asusten en sí mismas tanto o más que los llamados trolls o fanáticos – rufianes - del odio que se desenvuelven en ellas con absoluta tranquilidad.

La corriente dominante, no obstante, no es esa. Y eso es lo que conviene aclarar. La inmensa mayoría de los usuarios de las redes sociales viven de espaldas a las cavernas y los búnkeres, y no usan sus oportunidades ni para insultar ni para mentir. Todo lo contrario. Se comunican a través de ellas y buena prueba de ello es el aumento en la edad de los usuarios de una de ellas, Facebook, porque las personas mayores buscan relacionarse salvando las dificultades de comunicación que pueden pasar.
Muchos se han reencontrado en ellas, y otros muchos descubren ideas, ingenios, comparten talento, se informan de lo que publican medios de credibilidad probada – como este - o simplemente siguen a personas de las que esperan conocer sus opiniones, puntos de vista y visión de las cosas para formar su propia interpretación. Se puede tratar de personas de interés público, como gobernantes o políticos, o simplemente artistas, escritores, deportistas, etc.

Las redes sociales son el vehículo de diálogo entre muchas personas que trascienden de esta obsesión enfermiza por el insulto que desean los más avezados en ellas. Provocadores ha habido siempre, colgados de la barra de un bar o buscando pendencia por las calles, a las puertas de cualquier sitio de interés público. Denigrar es un deporte placentero para los provocadores, pero las redes sociales son mucho más que lo que ellos representan en ellas.

Los políticos harían bien en tratar de asimilar la idea de que más allá de la ‘burbuja de la política’ y el cuadrilátero donde se descuartizan, hay una realidad cotidiana en las redes a la que no llegan las insidias, las ofensas, las calumnias ni las mentiras de los activistas. Existe un mundo de seres humanos normales, que se mueven por las redes con la comodidad de no buscar pelea, que viven al margen del conflicto interesado que provocan asesores y especialistas.

Quienes sean capaces de trascender a esta espiral de odio y confrontación y desenvolverse por las redes con la fluidez de quien se acerca a saludar a los ciudadanos mientras pasea por las calles – esa sería la metáfora – serán los que optimicen su presencia en ellas y harán creíbles sus mensajes. No hace falta llamar la atención, ni provocar, ni entrar al trapo de la mendacidad. Simplemente hay que definir bien qué es lo que se quiere y a quién se lo quiere contar. Los que actúen así ganarán simpatía y apoyo. Los demás, naufragarán en el barro.

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