El principio de autogestión está de moda. Se pueden autogestionar las papeletas del autogestionado referéndum de independencia. Uno va a la web y se autogestiona su voto, así lo plantea el conseller de Presidencia de la Generalitat, señor Turull, que actúa como si fuera un manual de instrucciones para una nueva república. En caso de sentirse suficientemente autogestionario, el votante además de imprimir su papeleta con el sí cruzado por dos líneas de aprobación puede incorporar a su kit autogestinario un tuper con una rendija por la que introducir su voto y llevarlo a la plaza del pueblo para bailar, con otros autogestionarios, una sardana, por ejemplo. Una sardana vindicativa, claro está.
Una nación es un conjunto de ciudadanos con sentimientos comunes, nos desveló un político de relumbre. Las leyes no caben cuando hablamos de sentimientos, nuestro amor sentimental no entiende de fronteras ni legislaciones. Somos un poco Moccia cuando hablamos de la patria y echamos el candado en un puente, mismamente, para sellar nuestro amor. El puente debería ser el del entendimiento, pero eso ya está de más porque para eso ya están las papeletas autogestionadas, el tuper-urna y la plaza del pueblo.
Así las cosas, lo importante es no dejarse influir por el odio, que también es un sentimiento que nos hace comunes – como común es el sol y el viento, que decía el malvado juglar castellano- Y Ada Colau es común pero no prestará sus locales, que la inhabilitación se la comería ella y no Turull, artífice de esta democracia plebiscitaria,autogestionada y de esteladas rutilantes que permite ser electores, junta electoral, urna y resultado todo en uno. Lo común tiene sus límites como tiene sus sentimientos
Los sentimientos patrióticos son siempre esenciales y lo esencial, ya se sabe, es invisible. Lo común somos tú y yo y nuestras aspiraciones, no las de los demás. Podemos ser autogestionarios en nuestras decisiones aunque te afecten a ti, desconsiderado que no nos respetas. Para construir una nación todos podemos ser elementos de ingeniería, tornillos o tuercas, qué más da, aportando nuestro voto casero al sentimiento nacional. Esta democracia no puede parar, ya lo saben Turull y Puigdemont, el acto propio de cada uno frente a la ley injusta, como decía Santo Tomás. Porque el derecho a decidir está por encima de todo lo racional cuando se habla de sentimientos.
Sin racionalidad, queridos Junqueras, Turull o Puigdemont, el campo está abonado: da igual un buen partido copero que una mani de la Diada. El campo expedito, sin puertas posibles se torna la patria común de nuestros votos autogestionados. Pensar en vez de imprimir votos es una desconsideración. Pronto podremos imprimirnos, a más a más, por qué no, nuestras propias actas de diputado. ¿O no?
La cosa está en que llegados a este punto, qué más dará que haya votos o no. Lo importante son los sentimientos. Y la patria, la bandera, el himno nacional, nada hay más sentimental que llorar las emociones del patriotismo, que están por encima de todo. El amor es imbatible. El derecho a decidir es amar, corazón.
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