El ataque en la capital de Reino Unido revela el formato de un nuevo terrorismo que rompe los esquemas tradicionales que definían la acción violenta como el producto de una decisión jerarquizada con una estructura de células que operan aisladamente bajo el paraguas de una marca común con un orden de prioridades. Ahora, el esquema es más simple: a la vieja idea de crear terror se una que este se ha de producir no entre las élites ni en el contexto de los intereses de un país, sino entre las clases populares, la población que ha de sentirse objetivo colectivo e individual de un terror indiscriminado
¿Por qué? Porque esta estructura es la que corresponde al tiempo en que vivimos y a la singularidad brutal del enemigo mortal que la practica, que carece de sensibilidad porque está condicionado por su fanatismo y por el sectarismo religioso que lo inspira. Y,, con esas características por delante, porque la era tecnológica en que estamos facilita abiertamente las posibilidades de crear terroristas simplemente mediante conversaciones por internet.
Redes sociales y páginas web son la fuente de inspiración de los nuevos asesinos. Estos se van radicalizando progresivamente, asumen una nueva identidad criminal a medida que abrazan con más entusiasmo la fe del Islam y, finalmente, no necesitan más que un leve impulso para convertir en sangría brutal su entusiasmo fanatizado. Los instrumentos para sus crímenes ya no son ni los Kalashnikov ni complejas bombas ni aparatos que precisan de un sistema informático de precisión automatizado. Nada de nada: las torres Gemelas se derribaron con dos cuter y dos aviones, el Puente de Londres o Westminster, el Mercado de Borough fueron atacados con cuchillos de cocina, Niza o Berlín con coches y camiones, igual que los dos citados de Londres. Manchester con una bomba de fabricación casera, como se hacía en los inicios del terrorismo en los años de la artesanía mortal.
El terror es eso, terror. Para aterrorizar basta con interrumpir la vida normal y provocar miedo o inquietud, alterar las pautas habituales de convivencia, hacer dudar. Eso es lo que pasó en Turín, en la Plaza San Carlo donde miles y miles de seguidores juventinos que veían en pantallas gigantes la final de la Champions contra el Madrid, corrieron en estampida ante un plausible atentado al oír el estruendo de un petardo: 1.500 heridos, ocho graves, entre ellos un niño de apenas unos años de edad.
El terror es salir de copas, a una terraza, a dar un paseo junto al río y morir degollado o arrollado por un vehículo asesino. El terror es sentirse vulnerable al mismo tiempo que sentirse objetivo de los asesinos.
Eso es el nuevo terrorismo, una forma cruel de desmontar nuestra vida hecha sin esfuerzo, ni tecnología – más allá de la facilidad que dan las nuevas redes de comunicación informática para recibir mensajes divinos o mortales – por personas que se sienten con autoridad moral suficiente para quitar la vida de los demás en nombre de Dios. Es decir, para convertir a su Dios en un asesino sin piedad.
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