Palabras en Libertad

La dialéctica del pedrismo

El alcalde de Calasparra ha conseguido una notoriedad con la que nunca había soñado

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El alcalde de Calasparra ha conseguido una notoriedad con la que nunca había soñado. Desde su pequeño municipio, José Vélez, que no canta, para alegría de todos, ha logrado sus 15 minutos de fama mediante la vieja técnica del ruido ensordecedor. La del insulto desmesurado, el agravio implacable, la ordinariez y el chabacano epíteto.

Este señor que dice ser del PSOE, aunque más bien parece que simplemente está, usa la tribuna para la degradación de la política: de su boca caen las palabras, las supura hasta el nivel de degradación al que ha llegado un sector del PSOE al que pertenece su émulo Oscar Puente, gran icono de la verborrea agresiva, chulesca y del insulto en las redes sociales.

Puente, como Vélez, son profesionales de la labia, se distinguen por su dialéctica, por la profundidad de los contenidos y la naturalidad de su expresión. Podría decirse que son cervantinos, orgullo del discurso y de la naturaleza política de su actividad. Son, ambos, un ejemplo para niños y adultos, una muestra de lo que la política puede llegar a producir cuando las naves van a la deriva. La notoriedad de Vélez, no del cantante sino del alcalde cantor, surge de su entrega a la cultura y la intelectualidad, de su dicción y verbo fino, de la solidez de su discurso lleno de altura de miras y de belleza literaria. Vélez, el del cante no el cantante, es un modelo representativo. No sé si una moda, que eso sería mucho, aunque no le faltan fans que repiten sus palabras como si el vocabulario de la secta se compusiera de términos sacados de la parte de atrás del idioma.

Todos a coro contra Susana, contra su acento, contra su condición. Todos a coro contra la Gestora, todos a coro contra lo que sea que no sea el divo, el divino Pedro, bajado del cielo de los fracasos electorales para presidir la campaña del odio en el universo terrenal. El alcalde está en el PSOE pero que nadie se cree que sea del PSOE, llama mafiosa a la Gestora y faraona a ‘la Susana’, y Pedro Sánchez le aplaude.

El exabrupto no es relevante, carece de ingenio, ni siquiera ha construido un argumento fatal, solo un alarido para llenar de minúsculas miasmas el micrófono del mitin: la gente iracunda y entregada le aplaude, como hace Pedro. El insulto y la mofa hacen triunfar a José Vélez, el cantarín no el cantante, que no se muerde la lengua. Para eso está él, meritorio pedrista, que dice lo que Pedro calla por prudencia presidencial: lo más cerca que ha estado de la presidencia de algo, ese silencio.

Agitado, sudoroso, Vélez, el alcalde, se siente cómodo, podría repetirlo, como los estribillos de José Vélez, el cantante, pero se contiene y se limita a babearal líder, la luz, la esperanza, la fuente de su idioma: Pedro, la piedra sobre la que levantará su iglesia el pedrismo pétreo. “¿Pedro, me harás ministro? Me sé más insultos si te hacen falta”. Y el alcalde se frota las manos.

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