Palabras en Libertad

El puño en alto de Alfonso Guerra

El puño de Alfonso puso en su sitio al gesto folclórico y superficial, la demagogia y el oportunismo de ese otro puño impostado que pretende asustar a Susana

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Se reunió el socialismo histórico con Susana Díaz en la presentación de su candidatura. Los rostros de los dirigentes que han marcado la historia reciente del PSOE y de una gran parte de la de España ocuparon las primeras filas del acto convocado por la presidenta andaluza. Estaban presidentes del gobierno, vicepresidentes, presidentes autonómicos, ministros, alcaldes, presidentes del Congreso y del Senado, miembros de la Ejecutiva Federal, eurodiputados, cuadros regionales, provinciales y locales, y militantes, muchos militantes… Una pléyade que marcaba un hilo invisible de continuidad en la historia del socialismo español.

Dijo Madina: Este es el PSOE. No le faltaba razón para lanzar con tono firme semejante afirmación. Buscó la andaluza la emoción del discurso, el calor y la cercanía sin palabras gruesas, sin florituras ni complejos elementos discursivos. Se dirigió a los de siempre y a los que habían recorrido España desde Vigo a Almería, como ella misma dijo, pasando la noche en vela para escucharla. Cerraron por un día los militantes los ojos al fantasma maldito de las redes sociales y los insultos que las pueblan en una desaforada estrategia inédita

Y tras vibrar con ella, subieron a la tarima los autores de la historia, a los que ahora se ha puesto de moda insultar y despreciar puño en alto. Subió Felipe, subió, Zapatero, subió Alfonso Guerra: cerró los puños y levantó los brazos – el gesto característico en tantos y tantos mítines por toda la geografía -. Luego mantuvo bien alto el izquierdo, con el puño cerrado, mientras sonreía a un público entregado rodeado de todos los que habían ocupado el escenario con él. Pero destacó: ese es el extraño misterio del liderazgo natural, el carisma que inunda todo, que borra cualquier presencia y deja bien a la vista a quien es al que hay que mirar. Susana había recordado sus conversaciones en el congreso y ella bien sabía el valor de su respaldo.

Allí estaba, otra vez, Alfonso, puño en alto, el gesto reconocible de Rodiezmo, de los primeros mítines tras la dictadura, de los congresos que bordeaban la fina línea de la legalidad en la transición. Un puño cargado de solemnidad por sí mismo, de significado, de historia, de legendaria autoridad sobre la impresionante obra de construcción de un partido unido, vertebrado, capaz de ganar y de cambiar la historia, hecho por él con diálogo e inteligencia. El puño antitético del de Sánchez. Uno erguido de sinceridad, verdad y lealtad. Un puño que alzado al cielo no demanda rencor, ni venganza ni pretende asustar o imponer: un puño que es el gesto espontaneo de quien ya lo levantaba cuando al hacerlo el peligro imponía los temores.  Un puño que refleja un sentimiento que explica años y años de compromiso.

Allí, en un gesto vibrante de apenas unos segundos, el puño de Alfonso puso en su sitio al gesto folclórico y superficial, la demagogia y el oportunismo de ese otro puño impostado que pretende asustar a Susana. No se enteran de nada.

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