Ayer se conmemoró en todo el mundo el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Se celebra anualmente el 25 de noviembre para denunciar la violencia que se ejerce sobre las mujeres en todo el mundo y reclamar políticas en todos los países para su erradicación. Es un problema que se va repitiendo día tras día y que no parece tener solución. Y, si hay un lugar en el planeta que más se haya volcado cantando a la figura de la mujer y al trato injusto que muchos hombres le dan, indudablemente ese lugar es Cádiz.
Es verdad que en el Carnaval de Cádiz hay muchos puristas de la fiesta que no admiten o no ven con buenos ojos el que la mujer participe plenamente de ella. Quien escribe estas líneas sabe algo del tema, aunque esté recluido en un manicomio y le llamen loco. Y, aunque la cosa esté cambiando poquito a poco, debemos reconocer que muchas de las letras que se le dedica a la mujer en Carnaval se hace de cara a la galería y para que el jurado del Concurso lo tenga en cuenta a la hora de puntuar.
La mayoría de los autores escriben y no paran sobre la valentía, la heroicidad, la belleza y el trapío de la mujer (sobre todo la gaditana), aunque después los tiros vayan por otros derroteros y la mujer siga infravalorada en este apasionante mundillo. No obstante, también hay que reconocer que se han escrito muy buenas letras sobre el tema. Para certificar lo que digo, hoy les traigo un bello pasodoble, cantado en el Gran Teatro Falla en 1998 por “Los Piratas”, Primer Premio de Comparsas ese año, cuyo autor es Antonio Martínez Ares.
Este pasodoble fue cantado días después de la muerte de Ana Orantes (no sé si la recuerdan), que fue quemada por su marido hace veinte años. La música es una preciosidad, y, si pueden, búsquenla en Internet. Dice así:
“Con permiso, buenas tardes, vengo “pa” que me detengan.
Que “cansá”, voy a sentarme. Pues verá, voy a explicarle
la historia de un sinvergüenza.
Lo quería con locura, “toa” mi vida se la di,
pero él solo buscaba una criada, una esclava,
una mujer para parir.
Siempre decía que tenía una “quería”,
una duquesa para él,
que le gustaba llegar por la madrugada
“pa” tenernos a su merced... ¡Su merced!
Y lo he matado. A mi Juan yo lo he matado
por haberme maltratado, por sentirme una perra,
por hacerme una vieja con cuarenta y pocos años.
Y lo he matado, a mi Juan yo lo he matado
y en mi alcoba lo he dejado con mi llanto en sus labios.
Justicia no pido yo, que conmigo no la ha habido.
¿Quién me paga este dolor y la pena de mis hijos?
Así que ya sabe usted, haga lo que haya que hacer.
Póngame una soga al cuello, porque, por primera vez,
no tengo, no tengo miedo”.
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