Notas de un lector

Este presente eterno

En esta ocasión, el poeta se enfrenta a las aristas del sufrimiento, a la búsqueda de un permanente aliento capaz de amparar su cotidiano acontecer

En 2009, Carmelo Guillén (1955) editaba en la colección Adonáis “La vida es lo secreto”. Aquel volumen,de carácter elegíaco y doliente, se articulaba desde la aceptación de la finitud del ser humano. Sin embargo, las vivencias del sujeto lirico no se presentaban de forma agónica ni hiriente, sino desde una serena trascendencia existencial. El escritor sevillano pretendía articular para sí una dádiva liberadora que diera preeminencia a la esperanza y reparase así el inevitable instante del adiós.

Ahora, ocho años después, ve la luz “Las redenciones” (Renacimiento. Sevilla, 2017). En esta ocasión, el poeta se enfrenta a las aristas del sufrimiento, a la búsqueda de un permanente aliento capaz de amparar su cotidiano acontecer. Sabedor de que “colmado de aliciente está el mundo…”, su intención es hallar un reino permanentemente restañador, “un mundo redimido, que viene a darse a ti/ como si no tuviera otro fin que tú mismo”

En una entrevista concedida tiempo atrás, Guillén confesaba su creenciaen que “la suprema expresión de la poesía está en la ascensión de lo cotidiano a la escritura poética, sencillamente porque la poesía es su expresión más inmediata y mágica. En este sentido, cabe hablar de la mística de lo cotidiano”. De esa mística, sí, hay mucho y dador de verdad en este poemario vertebrado en tornoa la batalla incesante del hombre por no ceder a las sombrías tentaciones, al sabor inquietante del pecado, a lo efímero de la dicha. La palabra del hombre, sus actos, su certidumbre, nunca estarán exentos de desconsuelo, de angustia. Por eso, cada día, debe refundar su piedad y su misericordia,la razón de su entrega sin límites a ese Dios silente: “Así quiero mi vida: amoldada al dolor,/ su mano puesta en mí hasta acabar conmigo./ Amoldada al dolor y que sienta yo luego/ la garra de la gracia a punto de sanarme”.

Estas redenciones se presentan, pues, de la manera más cristiana y brillante que puedeinspirarel fenecimiento. Porque, al cabo, la muerte no es accidente sino ley, y ante tal evidencia, Carmelo Guillén adelgaza su hímnico clamor para adoptarun camino en pos de una luz cómplice e indulgente: “Yo mismo lo he vivido:/ desde la placidez y el asombro de verme/ inundado de paz,/supe cómo la paz abrasaba mi alma,/ y me hacía sanar,/ y me dejaba un poso de presencia divina”:

Dividido en cuatro apartados, “Las heredades”, “Los frutos del dolor”, “Libro del tiempo” y “Las redenciones”, el poemario se aúna en el afán de tornar la costumbre felicidad confortadora. El sufrimiento debe convertirse, en suma, en un soplo de cenizas, un temblor de olvidos del que se desprenda una llama solidaria. Porque “sin duda, Dios no deja a nadie de su mano”.

Y en ese transitar del ser humano no puede faltar, por supuesto, el amor, el símbolo redentor más alto, gozosa persuasión, virtud eterna que nunca claudica. Y que aquí, Carmelo Guillén, hace palpable a través de varios de sus poemas, pero sobre todo en “Memoria”, conmovedor en su belleza versal y humana: “Y es que nada me es más cierto que mi madre,/ asida a mi mirada, sin temporalidad,/ como imagen perenne, sin antes ni después,/ de una imagen envolvente, incesante,/ capaz de redimirme de cualquier infortunio/ y de traerme aquí, a este presente eterno”.

Libro, pues, filial en su testimonio, hondo en su honestidad, ajeno a cualquier complacencia que no sea la de encontrarse a sí mismo en la humilde comunión con el verbo Supremo.

 

 

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