Notas de un lector

La noche entre los cerezos

“Tentación botánica”, galardonado con el premio “Paul Beckett” de poesía 2016, supone el tercer libro de Elisa Rueda

“Tentación botánica”, galardonado con el premio “Paul Beckett” de poesía 2016, supone el tercer libro de Elisa Rueda, una escritora que lleva años alternando su labor literaria con su tarea como profesora y actriz de cine y teatro.

En 2010, la autora vizcaína daba a la luz su primer poemario, “Escalada libre”. Tres años después, y avalado por el premio “Ernestina de Champourcin”, se editaba “Escaleras hacia el Sur”, un volumen que llevaba en sus adentros el color de la infancia, la simiente enamorada de otra edad, la luz secreta de la nostalgia. Porque aquellos peldaños por los que Elisa Rueda subía y bajaba, eran un íntimo inventario de bienamadas ilusiones, un memorial de adioses y regresos, un vendaval de aromas ya idos.

    En esta nueva entrega que me ocupa (Fundación Valparaíso. Colección Beatrice. Mojácar, Almería, 2017), el himno de la poetisa viene envuelto en una extrema delicadeza que se apoya en un lenguaje moderno, sugeridor, no exento de simbolismo.

En estas páginas de bosques y de juncos, de pétalos e inviernos, de palmeras y algas y amapolas, pero también de dichas y derrotas, de deshielos y cavilaciones, de horizontes y de tinieblas, sobresale el fervor de un yo que canta y cuenta el drama y la pureza de la existencia, tal y como puede apreciarse en el poema “Estruendo”: “Hay ausencias que desnudan vidas/ derribando telones de imposturas,/ y hay misterios/ que centellean como faro./ Tú que sabes descifrar los lenguajes ocultos/ de las palabras no pronunciadas,/ ¿leerás el silencio que trae la luna de mañana/ cuando escapa de la noche entre los cerezos?”.

     Elisa Rueda ha dividido su libro en cuatro tentaciones: “Botánica marina”, “Botánica de invierno”, “Botánica de memoria” e “Inventario botánico”; de ellas, se desprenden momentos amantes y heridos, que van uniéndose a textos que apuestan por una indagación de paisajes aún no explorados, los cuales nos presenta como recién descubiertos, y repletos por un fulgor de lo que apenas pareciera haber sido expresado.

Dejó anotado tiempo atrás Federico García Lorca, que “el poeta tiene que ser profesor de los cincos sentidos corporales”. Elisa Rueda, con un lenguaje que araña y acaricia,nos deja entrever su personal universo desde el temblor de sus ojos, desde la melodía de sus oídos, desde la sencillez de su tacto…. Y, junto a su lírica melodía, exprime un verso dilatado y plural:
“He pasado todo el verano/ abrazando el tronco de un abedul (…) Mi sangre y su savia hacen el amor/ en un refugio de raíces./ Tentación botánica que reposa en el bosque enamorado”.

     La dicotomía Ser Humano/ Naturaleza resulta esencia vital en este conjunto de poemas depurados y seductores, cuya perplejidad interior signa toda intuición y toda certeza de vida y muerte, y resulta, al cabo, metáfora de todo cuanto es pasión y olvido, pretérito y porvenir.

    El poemario se cierra con una bellísima y estremecedora coda, “El piano”, que sirve, a su vez, como límpida y postrer sinfonía versal: “De vez en cuando, pasaré mis dedos por sus teclas desgarradas,/ te arrancaré sonidos que perfilen/ el silencio de esta casa de pueblo/ y esperaremos a que alguien/ que conozca el secreto de los pentagramas,/ algún día, con las yemas de los dedos,/ interprete en nuestros cuerpos su música”.

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