Notas de un lector

Es cierta la belleza

Fermín Herrero publica “Sin ir más lejos” (Hiperión. Madrid, 2016).

Dos años después de que viera la luz su anterior poemario, “La gratitud” -por el que obtuvo el premio “Gil de Biedma” y el de la Crítica de Castilla y León-, Fermín Herrero publica “Sin ir más lejos” (Hiperión. Madrid, 2016).
Avalado, también esta vez, por un prestigioso galardón -“Jaén de Poesía”-, su voz resurge confiada, fiel a una privilegiada sustancialidad, evocadora, al cabo,de la firme certidumbre que acecha la sensible duración del ser humano.

    En su anterior libro, el vate soriano desplegaba en sus versos los dones que la vida nos regala, la celebración de compartirlos, la gratitud por saberlos nuestros: “…Sobre la hierba, al sol/  y en la tarde, a la brisa, incluso la tristeza/ se hace ternura en mí, se hace plenitud”. Pero la fidelidad de su discurso tampoco esquivaba las sombras que la memoria arrastra, la tristura que, en ocasiones, asalta al corazón: “…el goce y el dolor tienen la misma/ naturaleza, son inseparables, no se compensan”

     Ahora, desde el título que abrocha el poemario, la propuesta de Fermín Herrero resulta incuestionable. En efecto, “Sin ir más lejos”supone una metáfora que se corporeiza a partir de la existencia más inmediata, la que el autor más conoce, y que, a su vez, lo envuelve en la nostalgia y lo devuelve a ella.
El sujeto lírico concibe el rigor de lo mínimo necesario para imponer un código útil en sus actos y un gran punto de cordura en su realidad. Así se asoma a la naturaleza agreste con la que ha tomado contacto desde sus inicios en este mundo, y, de forma cotidiana, se acerca a los seres que lo han urdido y lo han ido definiendo con afecto. A raíz de esta experiencia, pergeña y última la filosofía de lo que significa seguir creciendo a cada instante, sin desviarse de la senda que la inteligencia genuina asume como conveniente.
Y con sabiduría cartesiana, y seguramente muy aconsejable, se da por satisfecho desde el principio: “Vivimos de milagro y eso es suficiente./ Es cierta la belleza aunque lacere,/ sobrecoja, remanse y niegue el tiempo.”

     De paso, conforme transcurren las deshoras, van apareciendo los protagonistas verdaderos del diario: la amada imprescindible, la madre -con un poquitín de agua para los rosas tardías-, el de los pucheros en la lumbre, por ejemplo, o el de la hierbabuena.
También la acordanza adquiere suma trascendencia cuando el poeta se deja llevar -¿ganar?- por el ayer, y abriga, en su decir, la añoranza de lo que fue brillor y ahora es neblina: “Recuerdo/ a las mujeres encorvándose, golpeando también,/ más y más, refrotando, aclara/ que te aclara./ Y, después, con el balde/ de ropa, chorreando, a la cintura. Cuánto/ sudor diseminado aquí, cuántas/ penalidades, el hedor de las tripas/ del cerdo, al darles la vuelta. Animales/ blancos, al fin, ya sin desvelos, las losas/ desgastadas, aquellas vidas que arrastró/ la riada del tiempo hacia el olvido”.

En definitiva, un poemario pleno de hondura meditativa, de serena y solidaria expresión, que refrenda el luminario quehacer de un poeta de voz consumada y honesta.

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