Notas de un lector

Pintando el verso

Esta escritora y pintora andaluza no se ciñe exclusivamente al soneto, pero sí a la estructura tradicional

Concepción Ortega Casado, Presidenta de la Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Buenas Letras “Luis Vélez de Guevara”, de Écija (Concha Ortega para los amigos), poeta desde siempre, pero pudorosa de su hacer, ha tardado muchos años en dar a conocer, en libro, su poesía. Finalmente, en la primavera del que ahora concluye, ha sacado a la luz su primer poemario, con el título de “El lugar de las dudas”, con el sello de aquella colección que un día alentó la recordada poetisa sevillana Mª de los Reyes Fuentes: “Ixbiliah”, de feliz trayectoria. Porque tras inaugurarse con “Sevilla”, de Juan Ramón Jiménez, puso en circulación libros capitales, como “Miserere en la tumba de RN.”, de José Luis Prado Nogueira, “Vigilia del jazmín”, de Rafael Laffón, o “Ciudad mía”, de Francisco Garfias. Certera decisión, pues, la de Concha Ortega, al sumar su entrega a tan prestigiosa nómina.

     Recuerdo en este punto una frase muy reveladora de Unamuno en torno al soneto, forma reina de la poesía, a la que nunca le han faltado opiniones contrapuestas: “Me ha dado por escribir sonetos y la mayor parte de ellos los escribo no para desarrollar un pensamiento sino para desarrollar un endecasílabo, un verso, una frase que me gusta, y muchas veces, cuando escribo el primer verso, no sé qué voy a decir en el segundo… A lo que me ayuda la rima, a la que tanto he desdeñado, pero con la que empiezo a congraciarme. Porque es una fuente de asociación de ideas”.
Concha Ortega no ha vacilado a la hora de afrontar esos catorce versos que redondean piezas jugosas -y, en ocasiones, perdurables- cuando se saben enlazar.

     Esta escritora y pintora andaluza -Sevilla y Huelva conformaron sus perfiles artístico y literario- no se ciñe exclusivamente al soneto, pero sí a la estructura tradicional, lo que dota su quehacer de una evidente consistencia lírica: “¡Cuántas cosas se fueron, en el tiempo, perdidas!,/ ¡y cuántas se quedaron del recuerdo prendidas!/ Van cayendo las hojas como un fruto maduro,/ la vida se desliza a un destino inseguro”.
Pero queda clara, en la mayoría de sus páginas, su dilección por el soneto: “El ambiente emanaba tu fragancia/ al compás de tu paso por la acera,/ con olor de una limpia primavera/ y tu aroma sentido en la distancia./ Cuidabas las macetas y las flores,/ adornabas la casa de jazmines,/ disfrutabas cuidando tus jardines,/ saturado de todos los olores” (Evocando el perfume de  mi madre).

     Esa inclinación suya se advierte también en los maestros cuyos versos glosa (San Juan, Garcilaso, Quevedo, Lope…): “Desmayarse de dicha y de contento,/ áspero estar y no encontrar motivo,/ alentado, absorto, pensativo,/ leal a enloquecido pensamiento”.

     Como bien resume su prologuista, Miguel Cruz Giráldez, la poesía de Concha Ortega refleja una “personalidad con la que logra construir un espacio, un universo nuevo y propio, complementario de su pintura”.

    Al cabo, es éste un volumen de lirismo sostenido, donde la riqueza emocional se aúna con la dócil fidelidad que revela un decir de matices sinceros y vitales cavilaciones: “Un día me di cuenta de que no hay nadie/ que comparta conmigo mi universo;/ que todo lo que siento y amo/ no trasciende los poros de mi piel”.

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