Notas de un lector

Un arma cargada de poesía

Rafael Soler da a la luz “No eres nadie hasta que te disparan” (Vitruvio. Madrid, 2016), una novedosa propuesta que se desdobla en un sugerente ritual de poemas

Dos años después de la publicación de “Ácido almíbar” -que cerraba la trilogía iniciada con “Maneras de volver” (2009) y “Las cartas que debía” (2011)- Rafael Soler (Valencia, 1947) da a la luz “No eres nadie hasta que te disparan” (Vitruvio. Madrid, 2016), una novedosa propuesta que se desdobla en un sugerente ritual de poemas de ávida lectura y despaciosa relectura.
Y digo esto porque el poeta valenciano sabe cómo envolver al lector en su lírica tela de araña y llevarlo de la mano -y del corazón- a través de un viaje iniciático y cómplice por su personal universo creativo.

En su anterior poemario -ya citado-, Rafael Soler desplegaba una ráfaga de brillantes reflexiones, un río de estimulantes sorpresas, por las que asomaba un racimo de textos plenos de vigor y frescura: “Cierra después la puerta del cuaderno/ sin apagar la luz/ pasarán así las horas íntimas/ cada una en su pozo distraída/ y asomado entonces a tu hondón/ no pongas música/  escucha”.
Ahora, ese silencio que reclamaba desde su propio yo lírico, le ha servido para ir vertebrando este nuevo volumen que aparece dividido en seis apartados. El primero de ellos, “Cuaderno de Elvira”, nos sitúa ante una voz femenina que se afana en trascender su tenaz rutina y en hallar un lugar solidario desde donde afirmar cuanto de cierto derrama el reino del recuerdo: “Acostada en la memoria/ su rostro pide un sitio”.

    En su segunda sección, “Cuaderno de Martín”, otro protagonista habla desde la muerte que le aconteciera “un martes a las diez de la mañana” y ante la que nada pudo hacer: “a tocante cañón sonó el disparo”. Su posterior monólogo -“Yo estaba tranquilo al verme así/ con un disparo en la cabeza”-, no es sino un pretendido diálogo con su conciencia, con susmismos anhelos e inquietudes.
El “Cuaderno de Abel”, que rotula la tercera parte, traza un singular e inquietante juego de contrarios, donde las máscaras que modelan el tiempo y el espacio de cada ser, esconden, a su vez, los verdaderos rostros y las verdaderas intenciones que anidan en ellos: “a corazón tapiado las heridas”.

     En “De cuanto pudo acontecer y no sucede”, se canta y cuenta la  desazón por todo aquello que no fue, el dolor de tantas renuncias, la certeza de que inventariar lo vivido podría llegar a ser incluso “el arma del crimen”.
Su siguiente capítulo, “El cine, en el cine”, confirma ese aire cinematográfico que se orilla entre las páginas del conjunto y que deviene en sugestivo guión de una existencia sin tregua, pero cargada de pólvora.
“Epílogo, y no”, incluye finalmente un único poema, “Asomado a un instante que no es tuyo”, que sirve de coda y de confesional ajuste de cuentas: “Cómo perder/ por una piel de antes/ la misma piel de siempre”:

     Al cabo, un poemario valiente y salvador,que contempla, conversa y calibra la capacidad que tiene Rafael Soler para hacer de su poesía presagio y sortilegio: “Ahora que bala en boca te pregunto/ mi lobo filantrópico/ si la vida va en serio”.

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