En el Auditorio madrileño de la Fundación MAPFRE, acaba de presentarse -hace sólo unas horas- el libro “Versos de ocasión”(Editorial ACTAS. Madrid, 2013), de Luis Hernando de Larramendi. Tengo, pues, muy vivo en mi mente cuanto allí se ha dicho y cómo ha discurrido el acto, ante un público que llenó y desbordó la sala del Paseo de Recoletos.
Alberto Manzano, presidente de la Fundación y miembro de la Real Academia Jerezana de San Dionisio, centró la mesa y el acto, con palabras de amistad hacia el autor, al que calificó gran jurista y gran trabajador, con una prolífica producción a sus espaldas”, y destacó la profundidad de su versos, “que van más allá de la estética”. Completaba el trío, con el poeta, Albert Boadella, quien hizo gala en su intervención de un humor agudo e inteligente, tono en el que discurrió la breve alocución del protagonista de la tarde-noche: tono que nunca afectó a la seriedad del acto, pero que sí lo hizo familiar y cercano. Una muestra de los poemas presentados, cerró el grato encuentro.
Luis Hernando de Larramendi, madrileño de 1952, abogado especializado en termas de Propiedad Industrial e Intelectual y vicepresidente de la Fundación Ignacio Larramendi, “celebra la vida con la poesía”. Escribe: “…construyo todo mi discurso/ con renglones que parecen espontáneos,/ pero que por un designio misterioso/ al fin que yo quería se enderezan”. Ese misterioso designio es el que le ha llevado a dar a la luz sus cuatro poemarios: “Horas vividas” (1997), “A fuerza de corazón, a fuerza de razón” (2002), “Poemario de la luz” (2006) y “Fronda Carlista” (2010), a los que ahora se suman estos “versos de ocasión”, que llevan como subtítulo Circunstancias y circunstantes.
A caballo entre los siglos XVI y XVII, el británico Francis Bacon, filósofo y estadista, dejó escrito: “La ocasión hay que crearla, no esperar a que llegue”. Creo que Larramendi estaría de acuerdo con tal aserto, porque él “crea” cada ocasión propicia para hilvanar sus versos. Que son antes que nada, generosos. Y sencillos. Y naturales. Pero, atención, mas arriba han quedado sus propias palabras: “renglones que parecen espontáneos”, pero no lo son: su mente los ha madurado, “y antes de que vayan al papel,/ los digo y los repito en mis adentros”. Como mandan los cánones. Aunque los de Larramendi son muy suyos, muy personales, y su hacer tiene un acento común que lo identifica.
El volumen está dividido en los siguientes capítulos: “Mapfre”, “Vecchia Guardia”, “Propiedad Industrial-Elzaburu”, “Pazo de Oca”, “Viajes y Lugares” y “Navidad”. Cada uno de ellos va precedido de un texto explicativo, como el libro en sí, que se abre con un sustancioso prefacio.
Cierro esta nota, puntual en cuanto no demorada, con una frase de Boadella, quien tras apuntar que la poesía de Larramendi crece desde lo cotidiano, añadió: ““Es un fervoroso creyente, que en este libro enaltece valores como el honor, la amistad y la indulgencia”.
Y el amor a los seres y a las cosas.
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