Hay ocasiones, en que los rostros de los amigos, de los familiares, se nos difuminan como consecuencia de la obligada e involuntaria distancia que te aparta de ese cuerpo a cuerpo que tantas veces se añora. Lo mismo ocurre con los escritores, con los poetas con los que uno tiene contacto telefónico, postal o internáutico…, pero de los que se echa en falta el sosiego y la cercanía de compartir un café y una charla trascendente o no.
Tras la lectura de “Pira de incienso” (Reino de Cordelia. Madrid, 2012), con el que Joaquín Márquez obtuviera el XV premio de Poesía Eladio Cabañero, he vuelto a hojear y releer sus libros anteriores, “Fábulas peregrinas”, “Puente de los suspiros”, “Libro de familia”…, y precisamente en este último, he hallado una grata y cariñosa dedicatoria, fechada en 1997, cuando el citado poeta vino desde su Andalucía hasta la capital para recoger su galardón “Feria del Libro de Madrid”. 19 de Octubre de 1997, reza la fecha de la que se cumplen justamente hoy quince años. El mismo tiempo que hace que quien esto escribe no ha vuelto a ver a Joaquín Márquez, ni a tomar un trago de versos y amistad con él.
Sin embargo, he seguido atento su lúcido quehacer, al igual que los numerosos reconocimientos alcanzados en esta década y media.
Ahora, esta “Pira de incienso”, llega envuelta en un decir maduro, evocador, tamizado por una fina ironía que envuelve el conjunto. Desde el Paraíso que sirve como escenario iniciático del volumen y, en el que Adán y Eva contemplan cómo “el sol/ es un lecho de joyas/ sobre el perfil del agua”, el vate sevillano va alineando protagonistas y espacios de la historia de la cultura que han sido y son memoria fiel en su interior.
Y así, tras el recuerdo de Borges, llega un novedoso retrato de Blancanieves, “.. que huyó tras quedarse/ encinta, con su novio,/ el más apuesto de los guardaespaldas/ de palacio./ Reconozcan conmigo/ que era para matarla./ Y sin embargo, tuvo siete enanos”.
Tras las remembranzas de Dante, de Franz Kafka y Tolouse-Lautrec, queda lugar también para Emily Dickinson o Van Gogh, y también para Modigliani, en uno de los homenajes más hermosos que contiene el poemario: “Lloviendo están sus ojos/ sobre rostros miniados/ y una nube de almendras le repite/ su ritmo/ en majestuoso adagio./ A punto está/ de beberse la última botella/ y acaricia en el vidrio delicado/ la luz/ de unos frágiles hombros”.
Un bello “Nocturno en Moguer” que memora al “caballero májico”, un retrato de Luis Ocaña, (“Buscaba/ la gloria./ Y olvidó/ que la vida/ es una extravagante / competición de fondo/ dónde el mérito está en llegar el último”) y entre otros, una coda titulada “Del ingenioso hidalgo Eladio Cabañero”, completan esta reflexión vital que adquiere su integridad y pleno pensamiento desde la existencial transparencia.
En estas páginas hay verdad, ficción, dolor, desasosiego, ventura.., y sobre todo, emotiva creatividad, verbo plural y una mirada libre y abierta “conjugando la vida con la muerte”.
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