Notas de un lector

La luz en su mundo

María Paz Otero ha retratado, en un libro turbador y sugerente, el sufrimiento y el dolor de quienes viven y sienten en los márgenes de la sociedad

Publicado: 18/03/2024 ·
13:46
· Actualizado: 20/03/2024 · 16:05
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Conocí el quehacer de María Paz Otero al hilo de su primer poemario “Nimiedades” (2021), con el que obtuviera el premio“Tino Barriuso”. Hallé, entonces, en él, una sentida gramática de lo vivido, una constante promesa de todo aquello que se alejaba, un mapa ennudecido a cuanto fuera amor y entrega. Además, el volumen signaba un recorrido unitario en cuanto a la geografía de lo cotidiano. Y, en ese itinerario, se fundían el gozo, la enfermedad, la muerte, la celebración…, en una suerte de vívida materia por donde la mirada de María Paz Otero se detenía y se prolongaba sobre lo palpable y lo intangible.

A su segundo libro, “A la tarde”, le sigue ahora “Los atormentados” (Rialp. Madrid, 2024), galardonado hace tres meses con el “Adonáis”.

Esta madrileña, graduada en Medicina por la Universidad de Alcalá de Henares y residente de psiquiatría en el Hospital Clínico Carlos III de Madrid, ha querido compartir su experiencia y ha retratado, en un libro turbador y sugerente, el sufrimiento y el dolor de quienes viven y sienten en los márgenes de la sociedad: “Si te cuento, amor, de los Atormentados, te hablaré/ de los humanos imposibles. De sus pasos lentos,/ pues el tiempo a veces/ para ellos se detiene. De cómo usan su lenguaje disgregado/ de cómo se impone la luz en su mundo solitario”.

Articulado en cuatro secciones, “Hablar de lo extraño”, “Voces de silencio”, “Ventanas” y “Vidas de algún otro”, el volumen converge hacia un cántico unitario, indisoluble de la desconsolada dimensión de lo ajeno.La autora se afana en dar cuenta de la silente tragedia que viven no sólo aquellos que son reos de su condición, sino de quienes comparten su existencia, su aflicción, su impotencia: “Es terrible su vivencia del mundo, el mundo/ ya no es para él ese lugar amable,/ ese lugar que ofrecía/ flores y arroyos y variados y tan vivos colores./ Como los muertos bajo tierra,/ Sus recuerdos, unos encima de otros, se intuyen al otro lado:/ no laten no susurran no respiran”.

Hay poemas que sacuden el alma, que avivan la solidaridad, que cantan y cuentan de lo silencios (“Hablan poco, pero creo que comprenden/ más que el resto”), de lo que es capaz de palparse al escrutar detenidamente la complejidad y los enigmas de las sombras. Valgan, como sobresalientes ejemplos, “Activismo”, “El incendio”, “Un paseo”, “La cuidadora”, o “Parálisis”, uno de esos textos que implican una pausa para reordenar las emociones.

Dejó escrito Marie Curie que “nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Siempre es el momento de comprender más, para temer menos”. Una sabia recomendación que remite a la verdad y belleza que guarda este poemario, y al anhelo de querer sabernos más próximos a quienes más nos necesitan, más cerca, al cabo, de quienes buscan un lugar en un universo más plural y, por qué no, más humano: “Qué ignorante yo, enjuta psiquiatra / de ojos tristes,/ pues apenas sé nada de los Atormentados./ Tan solo que a mí a veces se me muestran/ y me dejo tocar/ y a ellos me entrego”).

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