Palmas y pitos

Andaba el personal buscando acomodo, almohadilla en ristre, entre los tendidos de la plaza cuando repentinamente una espontánea ovación se hacía presente sobre una de las barreras de sombra.Se acrecentaba poco a poco y todos los ojos reconocieron a S.M el Rey Felipe VI flanqueado por Dávila Miura. Era la primera de abono de la feria de San Isidro.
  De forma respetuosa, los aficionados brindaban un caluroso recibimiento en Las Ventas al rey de todos los españoles previo al inicio del maratón taurino de la primera plaza del mundo. Nada de extraño, lo normal. O al menos así debería ser.
  Todo lo contrario a lo que sucediera el pasado sábado en el Camp Nou, de lo que la mayoría de ustedes a estas alturas tienen sobrado conocimiento, como fue la descomunal pitada al himno de España poco antes de iniciarse la final de la copa del Rey de fútbol. Auténtica apología de la incroguencia.
Porque es un verdadero sinsentido que disputen una competición dos equipos así, visto lo visto. Lo deportivo en este caso queda en un segundo plano,  ensuciado y se antepone un cierto sentimiento político que debería situarse en las antípodas de lo que debe ser el deporte. Pero no es así, con el fútbol como excusa, el espectáculo ofrecido el pasado sábado fue bochornoso.
Fotografías de agencia ponen al descubierto la premeditación y alevosía de lo ocurrido. Perfectamente orquestado por el independentismo que se sirve del fútbol para propagar y dimensionar su discurso, pero a que al mismo tiempo no hace ascos a disputar un partidito y de paso llevarse un trofeo más a la vitrina. Curioso. Silbatos a cascoporro para silenciar el himno de España, con la complacencia del Presidente Mas, sin disimular su satisfacción prácticamente a boca llena al lado del Rey, que dicho sea de paso, no hubiera pasado nada si ante semejante percal hubiera abortado automáticamente semejante esperpento.
  Triste ha sido ver como el muro de Facebook de muchos seguidores del Barça en estos días se ha transformado en auténtico muro de lamentaciones. Ver que admiras a un conjunto que en lo deportivo alcanza cotas estratosféricas, pero que al mismo tiempo un sentimiento de desapego y odio hacia tu país – que por supuesto todavía es el suyo- merodea en el ambiente.
Esto en cualquier país serio no pasaría. Pero aquí, se consiente. Y no pasa nada.

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