Me queda la palabra

Ángeles de Orcasur

“El mejor medio de hacer buenos a los niños es hacerlos felices”

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Puede que, de no haber mirado los mensajes de facebook, me hubiese perdido algo maravilloso. Aquella noche de invierno de 2015 de entre la larga lista me llamó la atención volver a ver la cara de aquella mujer rubia, Raquel Reyes, que hacía tiempo me había solicitado amistad y que no obtuvo de mí más que la habitual ignorancia. No recuerdo qué decía el mensaje pero el hecho es que despertó en mí la curiosidad. Algo me hizo que respondiese y eso supuso el principio de algo inesperado que tomó un cariz insospechado. Aclarada mi desconfiada reticencia pronto recuperé, gracias al tesón mostrado por su parte, el recuerdo de una lejana y bellísima experiencia.
He de exponer que Raquel había sido alumna mía en el colegio Virgen de África de Orcasitas y que hacía 35 años que nos vimos por última vez. Pronto nos fuimos poniendo al día recibiendo noticias de sus compañeros y compañeras que supongo que, como yo, disfrutaban con volver a saber de aquella etapa.
Con ánimo de situar el origen en su momento, recordaré que llegué a Orcasur en 1979, en septiembre como era preceptivo en mi oficio, a uno de esos cientos de colegios públicos, radicados en los efervescentes barrios del suburbio madrileño. Es la época en que el histórico movimiento obrero del cinturón industrial de Madrid, decepcionado con el rumbo que tomaba la tan deseada y reclamada democracia, refugiaba su espíritu de lucha y compromiso en el naciente movimiento vecinal, que mantendría su esplendor hasta bien mediados los años 80. Es también, en barrios marginales como este, el inicio del boom de la droga, asociado al tradicional y endémico problema de la delincuencia suburbial que ampliaba sus redes con estos nuevos objetivos.
Es en ese ambiente, en que algunos, la mayor parte, en una barriada hecha a imagen y semejanza de lo que el franquismo quería para sus trabajadores, con numerosos ejemplos alrededor de las grandes ciudades, con otra amplia zona de casitas bajas muy humildes, y otra de un poblado chabolista no sé si venido a más o venido a menos, lindantes con los primeros Kms. de la Nacional 4.
Es en un ambiente como este, al que aderezar con los insolubles problemas de estas zonas olvidadas de los poderes públicos, entre el esfuerzo de unos pocos, el conformismo de unos muchos y la respuesta asocial y agresiva, que generan estos mundos, donde vivían los aproximadamente noventa protagonistas de esta historia.
Decían entre la gente con conciencia de aquellos tiempos que vivimos esos momentos: “Que grande era el mérito que tenía quienes vivían así”. Quien firma este escrito, siempre proclive a empatizar con gente como esta, con la evidente razón de que eran muy parecidos al propio mundo mío y a mi experiencia en edades como las de ellas y de ellos, por una vez me volvía más exigente y remataba el cuento diciendo que el mérito residía en vivir  así y salir adelante con dignidad.
Si el cuento que repetía toda la sociedad, con mejor o peor intención, según los casos, nos hacía creer, con muchas similitudes al American Way of Life, que quienes se esforzaban y les acompañaban unas condiciones adecuadas, serían algo en la vida. Bonitas palabras carentes de fundamento, aunque hoy en día la realidad ya no se puede ocultar como entonces y no permite tales sueños; pero en aquellos momentos hasta quienes lo decíamos lo creíamos. Con una educación que bien llevada no desmerecía en nada de lo que se necesitaba, sufría el hándicap de que una gran parte del profesorado deambulaba sin mayor motivación por estos colegios de barrios pobres que el de cubrir el expediente, por utilizar edulcorados eufemismos, en espera de un mejor destino. Por medio aparecían indeseables que desde sus puestos de responsabilidades medraban en beneficio de sus turbios intereses.
Es en esta coyuntura que llegué al Virgen de África en el barrio de Orcasur. No es cuestión de hablar de mí, he amado con pasión esta profesión, también puede que haya cometido muchos errores, pero presumo de haberme dejado la piel por el alumnado a mi cargo, mi alumnado; ya que desde que los conocía formaban parte de mí y eran mi máxima preocupación. No tengo problema en reconocer que lo podría haber hecho mejor y siempre al terminar el curso así me lo exigía. En cambio, y eso no tengo pudor alguno en manifestarlo, me jacto y me enorgullezco de haber creado en mis clases un ambiente cálido y acogedor. Considerando como lema propio las palabras de Oscar Wilde “El mejor medio de hacer buenos a los niños es hacerlos felices”
No podré contar mucho de cuanto allí sucedió, pues tengo la desgracia de que en los archivos de mi memoria se pierden los hechos, pero permaneciendo, para mi consuelo, las sensaciones. Pero os puedo asegurar que para mí fue una experiencia fantástica; viene a mi mente el recuerdo de mucho trabajo y mucha dedicación; y, sobre todo, una respuesta emocional de lo más gratificante por parte de las alumnas y de los alumnos; más trabajo y esfuerzo, incluso de quienes, por su expediente anterior, se podría suponer que no iban a responder. Fue, sin ningún lugar a dudas, una de las épocas más intensas y satisfactorias de mi carrera profesional, con aquella comunicación, aquella entrega y aquel máximo de confianza nada más se le podía pedir.
Nos volvimos a ver año y medio después de mi reencuentro en redes sociales con Raquel. Habían pasado treinta y siete años desde que nos conocimos y aunque solo nos juntamos un pequeño grupo,  la experiencia resultó inolvidable. Acompañad´s en algunos casos por sus familias, Raquel, Paqui, Juan Carlos, Montse, Kike, Raquel de la Osa, Josete, Estela, me ayudaron a revivir momentos geniales, de los cuales muchos estaban absolutamente perdidos en los archivos de mi memoria gastada. Más doloroso resultó saber de estos años del paréntesis, los problemas que tuvieron, graves en muchos casos, compañeros desaparecidos por las lacras de la época, los vaivenes de tantas vidas y que en el fondo es lo que estos tiempos tan duros trajeron. Fue muy ilusionante encontrar una gente con una madurez, una integridad y un saber estar de los que, aunque yo no tuviese mucho que ver, me siento tremendamente orgulloso. Estoy convencido que la vida en muchas ocasiones no ha sido lo justa que se merecían, pero observar que a pesar de todo son gente encantadora, gente íntegra, gente de fiar, y con una alegría que muestra lo grandes que son, dice todo en su favor.
Hoy me he visto de nuevo con algunos de ell´s y os puedo asegurar que hemos disfrutado de un rato de felicidad sana con esta gente a quienes tanto quiero.

 

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