Me queda la palabra

¿De Izquierdas o de Abajo?

Hoy sin que nadie renuncie a su modo de pensar, somos capaces de trabajar juntos, que no nos separe el nombre que le damos a nuestra lucha. Ni los viejos partidos comprometidos de verdad han perdido su sitio, ni los nuevos pueden prescindir de aquellos.

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Hoy en día, en este país, vivimos la contradicción de cómo situarnos en el panorama político aquellas personas que creemos que esta sociedad tiene que sufrir un cambio significativo.
En los medios progresistas, donde las opiniones afloran en libertad y donde el protagonismo lo asumen diferentes interpretaciones, la polémica entre “ser de izquierdas” y “ser de abajo” se está convirtiendo en algo así, como si son galgos o podencos. Vaya por delante mi máximo respeto a ambas opiniones.
Partimos del origen de la diferencia entre izquierda y derecha, allá por septiembre del 1789, poco después del estallido de la Revolución Francesa. Desde entonces el concepto de izquierda ha tenido una clara connotación revolucionaria que se ha identificado con el propósito de cambios radicales que transformaran de manera substancial el modelo de sociedad.
Ese modelo de sociedad  nace de la citada Revolución Francesa al acabar con el Antiguo Régimen y dejar en manos de la burguesía el poder que antes acaparaban las élites aristocráticas y sobre todo las monarquías. Fue la imposibilidad de profundizar en la revolución de 1789, por culpa del posicionamiento burgués, que traicionó el espíritu revolucionario, y las insidias de los partidarios del Antiguo Régimen, dentro de Francia, y por la presión de las fuerzas reaccionarias de las monarquías europeas, que aquel soplo de aire fresco no dejo de ser más que la sustitución de una clase dominante por otra.
En cambio, el ejemplo revolucionario sirvió para que en la izquierda el modelo quedara intimamente ligado a la tarea de alcanzar el poder por parte de las clases populares. Más adelante  se afianzó el entramado ideológico que tomó cuerpo en el siglo XIX y que en el XX se mantuvo vigente.
El modelo capitalista, cuya base ideológica era el liberalismo, era el enemigo a derribar  mediante la revolución. Muchos episodios de esta época, en 1830, en 1848, incluso la Comuna de París en 1871,  por citar los momentos más sonados, no generan éxitos definitivos.
En el XIX solo las revoluciones independentistas consiguen sus objetivos, sin dejar de ser revoluciones burguesas que mantienen las clases dominantes de uno u otro signo.
Del siglo XX, desde la Revolución Rusa del 1917 a la Revolución China del 1949 o la cubana del 1959, son revoluciones que consiguen cambiar el modelo, si bien no siempre mantuvieron la esencia de lo que se pretendía. Pero como pasó con la Revolución Francesa, el capitalismo aprendió y poco a poco fue desvirtuando los logros revolucionarios tan costosamente conseguidos:  pasó con las revoluciones del Congo, de Argelia, de Zimbabue... o la Revolución de los Claveles en Portugal, o la sandinista en Nicaragua por no extenderme más.
Desgraciadamente el capitalismo, el que algunos ilusos creímos que caería por el peso de su propia descomposición, acentuada por la corrupción sistémica en la que vive, ha sabido capear el temporal y hoy es tal su poder, que me temo que una revolución de corte antiguo, no tiene ninguna posibilidad. Pero la revolución es el sentido de la izquierda: una izquierda que no es revolucionaria no es izquierda, lo que ha hecho en estos tiempos es adaptarse a las reglas de juego de la democracia capitalista. La democracia, sistema heredado de la Grecia Clásica en su mejor expresión, está adaptada a sus intereses y se presenta a nuestros ojos como el mejor de los sistemas posibles, de tal forma que hoy en día es muy difícil pensar en otro.
Por esta razón las corrientes de izquierda se han ido adaptando de tal manera al sistema unidireccional existente, que en el viaje muchos han perdido su identidad, pero no el nombre. Esa es la razón por la que a algunos, como es mi caso, el descubrimiento de un nuevo planteamiento, el de los de arriba y los de abajo, me parece que identifica mejor las ideas progresistas hoy en día.
Pero no olvidemos que es puro nominalismo, en esencia es prácticamente lo mismo, con la diferencia de que no queremos contar entre nosotros a quienes se consideran izquierda y forman parte o están al servicio de la clase dominante, y en cambio se busca incorporar a toda la gente que se siente explotada, engañada , ninguneada, etc., etc., …  y se ubiquen en cualquiera de los lados.
Las ideologías,  más o menos puristas, nos separaron en el pasado. Hoy sin que nadie renuncie a su modo de pensar, somos capaces de trabajar juntos, que no nos separe el nombre que le damos a  nuestra lucha. Ni los viejos partidos comprometidos de verdad han perdido su sitio, ni los nuevos pueden prescindir de aquellos. Todo por la convergencia; vivimos una ocasión única, que si la perdemos no será fácil que se repita.

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