Me queda la palabra

La Vida de Adèle

Pocas veces recuerdo, que críticos de todos los perfiles opinen de forma tan unánime, y si bien muchas veces es suficiente motivo para que esta garantía sea motivo de película rara, no es este el caso.

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Estamos tan acostumbrados a que nos digan qué es lo que es bueno que cuando somos capaces de ver algo que realmente lo es, lo descubrimos en función de unos parámetros que nos han servido para asegurar nuestras opiniones. Son contadas las veces que la calidad se presenta ante uno con un ropaje distinto a lo formal, a lo convenido.
Por eso, cuando nos atrevemos a descubrir algo con estas carácterísticas especiales, es muy intenso el placer que nos proporciona.
Viene a mi mente el recuerdo de libros que me sorprendieron de una manera especial, que no cumplían el arquetipo que yo tenía en mente y que por eso me dejaron tan impresionado. Me asombró descubrir más tarde que la sensación que causaron en mí
coincidía con una valoración de genialidad por opiniones más autorizadas. Voy a citar “La Sonrisa Etrusca”, lo primero que leí de José Luis Sampedro, “Primavera con una Esquina Rota” de Mario Benedetti, “Las Uvas de la Ira” o “El Corazón de las Tinieblas”. Algo así sentí con “La Insoportable Levedad del Ser”, pero ahí ya iba condicionado por la fama que atesoraba la obra.
Sería prolijo buscar otros ejemplos, en otras disciplinas; puedo citar sensaciones  parecidas con las obras de Gaudí en Astorga y en Comillas, o las esculturas de Pablo Gargallo; o incluso las desgarradoras interpretaciones de Chavela Vargas o Tom Waits. Y seguro que muchas más.
El mundo del cine también me ha generado excepcionales sorpresas como me ocurrió con “Blade Runner”, “La Hora 25”, “Reservoir Dogs”, “Thelma y Louise”, “Avatar” o incluso con “Mary Poppins”.
Mi última experiencia, y no por ello menos intensa, se produjo cuando hace un mes tuve la oportunidad de disfrutar de la proyección de la película “La Vida de Adèle”. Aunque no sea en absoluto relevante, sin dejar de reconocer los enormes valores, aparte de los fantásticos medios con que cuenta el cine en USA, soy de los que consideran que los americanos hacen el mejor cine con diferencia. En cambio, quizá por mi proverbial espíritu de contradicción, cuando en Europa, y más aún en España, se hace un cine de calidad me refuerza en mis teorías de que somos capaces de estar a su altura e incluso superarlos. Tampoco será necesario que ponga ejemplos de esto, pues hay mucho y bueno para elegir. A pesar de lo dicho, dentro de mi opinión muy discutible, llevábamos una larga época en que tampoco eran muchas las producciones europeas de gran nivel.
Pues bien, “La Vida de Adèle” es una de esas películas europeas de las que podemos presumir. Precedida de un Premio tan prestigioso como la Palma de Oro en el Festival de Cannes, podríamos esperar algo de calidad, ya que este certamen suele ser de lo más serio. Solo hay que dar un pequeño paseo por el palmarés para comprobarlo.
Pero “La Vida de Adèle” no es una más. Pocas veces recuerdo, que críticos de todos los perfiles opinen de forma tan unánime, y si bien muchas veces es suficiente motivo para que esta garantía sea motivo de película rara, no es este el caso.
Dirigida por el tunecino Abdellatif Kechiche, la obra basada en el cómic “El Azul es un Color Cálido” tiene como eje central el amor de dos jóvenes muchachas, con todo lo que esto supone en esta sociedad cada vez más estrecha. Por eso el amor es el tema central, un amor verdadero, arrollador, apasionado, inseguro, frenético, libre y nada convencional. Un  amor que nace de la protagonista que con quince años es un mar de dudas en su despertar sexual, donde el convencionalismo que la empuja a la heterosexualidad produce tremenda desazón al tiempo que, como es de lógica, se adereza con el reforzamiento del ego y la asunción del rol presupesto. Las circunstancias que voltean como suele ser normal todos los supuestos previos llevan a cuestionar la identidad sexual de Adèle y la encaminan a su verdadera orientación. Todo esto en un entorno aderezado por la dureza del prototipo de los grupos sociales estudiantiles con toda su carga tradicional, a pesar de su postura crítica ante la sociedad que tienen encima. Un amor que como todo ser vivo tiene su nacimiento, su desarrollo y su fin, sembrado de continuos avatares que otorgan a la relación un sentido muy realista y muy dinámico. Esta relación sirve, además de para ofrecer una credibilidad indiscutible, salpicada de escenas de sexo de una intensidad y una entrega absoluta, para que la interpretación de las protagonistas nos convenza de que lo que vemos es la realidad en fotogramas. Una actriz que va camino de convertirse en uno de los hitos de la interpretación en Francia, Léa Seydoux (por supuesto infinitamente más creíble que la sobrevalorada Audrey Tautou), aquí se ve superada por una jovencita, Adèle Exarchopoulos, que presenta unas credenciales muy difícilmente superables.
Cuando Adèle se siente incómoda ante su primer experiencia con un chico ves como se le va produciendo el conflicto porque te lo comunica con su expresión; cuando empieza a dudar de su orientación y cree encontrar su camino en el beso de su compañera, la zozobra que vive no hace falta que te la cuente, casi ni que se desarrolle la escena; cuando ella se tumba con Emma (Léa Seydoux) en el parque, su mirada y sus gestos están deseando arrimarse a su objeto de deseo; cuando se aman, ella pone todo en el episodio; cuando participa en la fiesta con artistas e intelectuales que organiza Emma con su mundo, ella es quien se sitúa en su sitio con su quehacer, con su timidez y su humildad, haciendo solo lo que se puede hacer en momentos como ese; cuando se presenta con su amante en casa de sus padres, sabes que a pesar de sus miedos sus padres no descubrirán nada que ella no quiera, porque su expresión gestual así te lo hace creer; cuando llegan las escenas de desamor, de ruptura y de la imposibilidad del reencuentro, la intensidad con que sufre las situaciones te obliga a empatizar con ella, por eso cuando se produce el desenlace, no puedes hacer otra cosa que mirarle la cara y ves cómo te sientes tú mismo.
Fascinante interpretación, exigente dirección y un durísimo guión mejorado, que no desmerece de la fuerza del fantástico cómic de Julie Maroh, aunque se permita sus licencias. Cine de verdad, una auténtica obra de arte.

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