Matrícula de deshonor

Con el sudor del de enfrente

Es triste observar cómo una sociedad que presume de considerarse avanzada tenga criterios laborales tan tercermundistas, como ocurre con la hostelería

Es triste observar cómo una sociedad que presume de considerarse avanzada tenga criterios laborales tan tercermundistas, como ocurre con la hostelería. Ya no sólo por los acuerdos laborales pactados, que siguen favoreciendo al empresario por encima de todo, también por aquellos que se conocen, se asumen, pero difieren mucho de las leyes actuales. Eso contratos -quienes los tengan- que oscilan entre las 4 ó 6 horas pero que duplican su jornada de trabajo sin la correspondiente aportación a la Seguridad Social -recuerdo que eso es una estafa-. Es curioso que a pesar de leer constantemente en las redes las patrañas de muchos empresarios de bares y restaurantes, no se tomen medidas pertinentes y serias que minimicen esta esclavitud, que se aprovecha de las necesidades de aquellos que no tienen más remedio que sucumbir a las miserables artimañas de explotación. En estos temas siempre ha existido un doble rasero con el que medir a tanto ‘hijo de puta’ suelto, que llena sus bolsillos con el sudor del de enfrente, que apela a sus trabajadores con el victimismo tan aprendido de arrimar todos el hombro, mientras conduce coches de alta gama camino de su chalet en una zona costera; lícito, por supuesto, pero racaneando horas y costes que pagan los propios trabajadores. Estos cicateros de verborrea barata existen, están entre nosotros y han sabido defenderse de las emociones y sentimientos, han fortalecido sus mecanismos de defensa para evitar el dolor e infringirlo a través de su injusta metodología de trabajo: primero él, después él, y lo que sobre, lo reparte con él.

Aquel que mire más por la empresa se quedará tras el verano”. No hace falta que le demos muchas vueltas a frases de este tipo para ver el sentido tan determinante que encierran: aquel que menos se queje, aquel que siempre esté dispuesto, que acuda raudo al lugar de trabajo, aunque lleve 12 horas sin descansar. Aquel que no exija, que no critique, que acepte que le faltan horas y euros por cobrar, que no piense y sólo trabaje para seguir engordando su cuenta... El miedo al paro hace el resto. Estrategias dañinas que enfrentan a los propios trabajadores, que pierden la perspectiva encerrándose en lo funcional mientras se tragan su honor, su orgullo y beben sus propias lágrimas. Y mientras, ¿dónde están los que deberían controlar todo este entramado maquiavélico que encierra la hostelería? ¿Los que deben proteger al indefenso y aplicar las normativas vigentes? Ya no vale apelar a la falta de inspectores que controlen estos atentados laborales, no me sirven los amiguismos, ni avisos de visitas. No es tolerable que se culpe a los propios afectados de aceptar mezquinos sueldos por largas jornadas con amenazas constantes: “En la calle hay cientos esperando para tu puesto”. Dejo claro que no es todo el tejido hotelero, y que “haberlos haylos” honestos y decentes que se ganan honradamente cada euro que disfrutan. Pero siempre he dicho que, a falta de creatividad, de cualidades para aprovechar los recursos de un negocio de este tipo, siempre se puede apelar a la esclavitud de quienes, por desgracia, la asumen.

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