Matrícula de deshonor

¿Plata o plomo?

Curiosamente, en estos últimos años nos están “embriagando” con la vida y obra de estos asesinos, vendiéndonos ideales de vidas al margen de la ley

Has visto Narcos? Me preguntaba un chico hace unos días en Arrabales, centro de rehabilitación de toxicómanos. Asentí dubitativamente mientras cambiaba de tema para no darle más bombo a una serie que estaba adquiriendo una popularidad un tanto controvertida. Curiosamente, en estos últimos años nos están “embriagando” con la vida y obra de estos asesinos, vendiéndonos ideales de vidas al margen de la ley, asociado a lujos impropios, donde el papel moneda se entierra a espuertas -literalmente- en tramas atractivas y ligeramente tergiversadas, encuadradas en idilios amorosos, actividades llamativas, peligrosas; de forma casi natural y habitual, creando una espectacular visión de personajes indignos y manchados de sangre, expuestos para empatizar con ellos, minimizando las consecuencias de sus actos, sacando de contexto a un personaje, al que venden con la misma impunidad que los propios narcotraficantes.

Se nos está yendo de las manos el vender modelos de referencias con perfiles como estos. Se está contribuyendo con excesivos mensajes confusos, con realidades tergiversadas muy alejadas de los valores de conductas adecuados, en el que se acentúan -como buenos guionistas- aspectos afectivos que te enganchan, nunca mejor dicho. Hemos pasado de ver el “cine callejero”, la cara más amarga del último escalafón de las drogas, a realzar a quienes fueron y siguen siendo los responsables más directos de tanta miseria.

Sólo de Pablo Escobar, el cartel de Medellín, entre libros, series, documentales y películas, han saturado el mercado y, le siguen sacando rentabilidad: ‘Narcos’, ‘El patrón del mal’, ‘Blow’, ‘Amando a Pablo...’, ‘Pablo Escobar: Ángel o demonio’, ‘Los pecados de mi padre’, ‘Escobar: Paraíso perdido’, ‘Los lujos de los Narcos’, y otras tantas que hacen un guiño al mimo personaje, como la última película de Tom Cruise: el traficante.

El poder, el dinero, el control, etc., crean tal atractivo que lo de menos es su final, y pasa casi desapercibido. Lo realmente curioso es que desde la aparente lejanía, todo se ve más fácil y sus frases se quedan entre risas y pitote: “Plata o plomo”. En Colombia, seguro que lo ven desde otra perspectiva.

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