Matrícula de deshonor

La clave está en la familia

Llevan media etapa escolar de despacho en despacho, de maestro en maestro sin encontrar solución al inagotable dolor que viven

Cada mañana era un tormento; preparaba el desayuno con lágrimas en los ojos y envolvía el bocata para la hora del recreo. Tenía que mirarme al espejo varias veces y enjuagarme la cara con agua fresca para que no se notase mi dolor. Me acercaba a su habitación sigilosa, y con muchos mimos la despertaba, sabiendo que sería otra dura lucha para convencerla de que no podía faltar a clase. Lloraba, gritaba y maldecía en los primeros minutos, hasta que mi hipócrita sonrisa la convencía con absurdos juegos infantiles. Mientras se vestía, me encerraba en mi habitación a llorar desesperada y en silencio, para que no me oyese. Las horas de vuelta se me hacían interminables, agarrada al móvil por si una de sus maestras me volvía a llamar por alguna agresión o una de esas violentas bromas de sus compañeros; era algo habitual que tuviese que ir a recogerla antes de que acabara sus clases. Su vuelta a casa se me hacía más eterna y soñaba con verla entrar sonriendo, dinámica e hiperactiva, soltando la mochila en cualquier parte, mientras manosea la comida, ya puesta encima de la mesa...

Este es el día a día de muchas familias desesperadas que viven cada minuto el tormento de sus hijos/as sin saber cómo enmendar esta situación. Llevan media etapa escolar de despacho en despacho, de maestro en maestro sin encontrar solución al inagotable dolor que viven. Cambiar a sus hijos/as de colegio es la solución más fácil y rápida, a pesar de estar marcados por pequeños diablos hijos de sus madres y padres, que convierten sus vidas en un infierno y con ellos, a sus padres, que viven amargados esta intolerable circunstancia. Una madre me comentaba hace días que al llevar a su hija al colegio, observa desde la ventanilla de su coche a otras madres y padres con sus hijos/as, felices y despreocupados/as, mientras su pequeña asume cabizbaja su rol dentro de su clase, ser maltratada, siendo objeto de juegos, robos o canalladas disfrazadas de bromas por estos mismos que pasan por su lado y la saludan con respeto.

Las familias que viven estas situaciones suelen probar de todo: cambiarlos de colegio, con todo lo que eso conlleva, hablar con los responsables, con sus padres, leer documentación al respecto, acudir a las autoridades, a psicólogos, etc., intentando encontrar alguna solución que minimice los daños que observan en sus hijos/as. Pero lo realmente preocupante, según estudios serios realizados en estos temas, es que la solución parte de los familiares, de la educación que se les da a los niños en casa, de la información y la concienciación de estas vivencias, un hecho que, en su defecto, no hará que sus hijos sean los marcados del colegios, pero sí posibles monstruos que se podrían convertir en futuros criminales.

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