Matrícula de deshonor

La otra cara de las drogas

El objetivo siempre es empresarial y el medio para lograrlo, la rehabilitación y, por mucho que se enmascare, es evidente

Cuando hablamos de drogas, siempre pensamos en la parte más visible y amarga que conocemos, el tráfico, obviando la otra cara de las drogas, esa que se disfraza de esperanza pero que incide en los mismos principios que los narcotraficantes, el dinero. En los últimos años han salido cientos de centros de rehabilitación para solventar la tremenda devastación que las distintas sustancias han dejado y que las administraciones públicas no han podido subsanar. Se parte de la premisa de que para ser atendido de forma interna en un centro de la Junta de Andalucía, la espera ronda los 3 ó 4 meses y ahí es donde surgen muchos espabilados, que se aprovechan de las miserias que estas sustancias dejan para sacar tajada. Después de 24 años trabajando en este campo, os puedo asegurar que no existen varitas mágicas, ni dioses con cetros poderosos; salir de este mundo sólo depende de uno mismo y, por mucho que vendan ilusiones o que te acondicionen palacios de cristal, la realidad es bien distinta. Durante mi larga trayectoria he visto a familias arruinadas tanto por el consumo como por la rehabilitación posterior; precios desorbitados sólo para personas muy concretas, con recursos muy por encima de la media y con finales muy distintos a los que suelen vender. El objetivo siempre es empresarial y el medio para lograrlo, la rehabilitación y, por mucho que se enmascare, es evidente. Para muchos profesionales que trabajamos en este campo, nos horroriza pensar en los miles de euros mensuales que muchas familias invierten en sanar una conducta adictiva de uno de sus miembros, a veces, exponiendo sus propias viviendas, a riesgo de perderlo todo. Por suerte, en Andalucía existen muy buenos profesionales, centros de mucha calidad y sin necesidad de pagar miles de euros, entidades que cuentan con experiencia y humanidad, gente sin nombre que entrega sus vidas, dando valor al objetivo final, la rehabilitación, sin necesidad de captar a pacientes y convertirlos en adeptos, sin promesas e ilusiones, con aportaciones económicas que rondan entre los 300 y 600 euros y con plazas gratuitas para quienes las necesiten. Que conste que es lícito que cada cual ponga precio a su profesión, pero siempre que exista esa profesión y sin disfrazar la realidad, que así es como se visten los canallas.

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