Matrícula de deshonor

Traficante de rateros

Estos canallas callejeros vuelven a recorrer los barrios en busca de objetivos al azar o ya marcados por peticiones concretas

No hace mucho comentaba en uno de mis artículos de opinión, la baja criminalidad en nuestra ciudad, muy por debajo de la media española, valorando tanto a las autoridades competentes como a la propia ciudadanía, un hecho que debe ser significativo y que nos deja en muy buen lugar. Este dato relevante se me ha enquistado en estos días, tras los vandálicos actos vividos, así como la nueva ola de robos en vehículos de amigos y compañeros, que vuelven a ser objetivos de rateros y sinvergüenzas, que por unos míseros euros, rompen las normas para beneficiar a otros delincuentes, que se aprovechan de la situación. Estos canallas callejeros vuelven a recorrer los barrios en busca de objetivos al azar o ya marcados por peticiones concretas, sin importarles los destrozos que ocasionen para lograr -en la mayoría de los casos- una simple dosis que satisfaga sus almas, condicionados por la puñetera lacra de las drogas, que de una forma u otra, pagamos todos, y donde los riesgos y límites son medidos y marcados por los hábitos y su tiempo de consumo. Un radiocasete olvidado, una bolsa en los asientos, cualquier prenda de vestir, gafas o un simple euro a la vista, es suficiente para que te rompan el cristal del coche y alegrarte el día. Eso sin contar los encargos a bajo coste de los aprovechados, traficantes de cacos, que por ahorrarse unos duros, compran sin pudor ruedas, espejos, tapacubos, etc., sin mancharse las manos y a costa de estos ‘trapicheros’ y del sudor de los onubenses conductores. Este daño que ocasionan no es tan relevante a nivel judicial, y los propios agentes de la autoridad llegan a cansarse de ver cómo sus pocos logros son puestos en libertad sin unas consecuencias severas que condicionen sus insistentes reincidencias, a las que se les debe poner frenos, tanto a los rateros como a estos mercaderes de ocasión, que se lucran a costa de esta sociedad corrompida y de baja moral, en la que el tener está por encima del ser, sin importar su procedencia.

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