Otro año más comienza el curso con un ritual al que familias, alumnos y docentes están acostumbrándose más de lo que deberían.
En nuestra localidad, las carencias de docentes en los distintos centros están generalizadas y ya el curso comenzó con una clara y contundente información desde la Delegación de Educación y Ciencia: la supresión de un maestro en la plantilla de la mayoría de los centros, con todo lo que eso conlleva.
A este recorte inicial se le añaden las bajas laborales que esta delegación conoce con antelación sin que se hayan sustituido en su totalidad, dando lugar a un verdadero caos en la organización de los distintos equipos docentes y quedando vacías algunas aulas.
Pero este año, desde los primeros días, son los propios familiares los que se adelantan a esa falta de responsabilidad y se unen para exigir una justa educación para sus hijos.
Desde los colegios se reclaman sin cesar estas sustituciones, pero son las familias las que presionan acudiendo a la delegación como protesta, logrando que algunas de las sustituciones no se alarguen más de lo previsto.
Resulta inaudito que las necesidades de nuestros futuros profesionales, nuestros pequeños estudiantes, no sean previstas con el suficiente tiempo para evitar este malestar, incertidumbre e indignación en las familias y desesperación entre el profesorado ante esta carencia de recursos.
La tensión generada por esta falta de organización influye negativamente en los escolares y eso no es algo que se debe permitir.
Hoy no quisiera entrar en profundidad con respecto a estos hechos y no haré juicios de valor sobre este desorden con el que se ha encontrado la comunidad educativa, pero está claro que, o existe intencionalidad o hay una falta clara de profesionalidad para llevar la organización y previsión de las nuevas plantillas. Las dos opciones me resultan indignantes.
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