Cádiz está en deuda con Teófila Martínez. Ha sido una digna alcaldesa y no creo que haya una conciencia colectiva que valore como debiera sus aportaciones históricas. Por ello, espero que su final con la capital gaditana no esté aún escrito. Lo deseo de veras porque la grandeza de las ciudades se demuestra también reconociendo a sus predilectos. Y en este grupo, aunque a algunos pueda sorprender, incluyo a la regidora popular, profundamente convencido de que sus logros -soterramiento, segundo puente, Bicentenario Constitucional y la Cumbre de Jefes de Estado Iberoamericanos en 2012, el tratamiento especial a Cádiz por su insularidad y la dignidad que devolvió a las playas, entre otros- son mayores que los errores que también cometió.
He discrepado muchísimo con Martínez, especialmente por algunas decisiones que aceleraron que Cádiz sea la ciudad envejecida y sin oportunidades que es hoy. En su primer mandato, cuando nadie era capaz de toserle, cuestioné que destinara los terrenos ociosos de astilleros, la última parcela de expansión urbanística de la ciudad, a 1.500 pisos y a El Corte Inglés, en vez de apostar por una gran zona de hoteles de 4 ó 5 estrellas y equipamientos de ocio que permitieran crear alternativas económicas a la menguada construcción naval y al deprimido muelle pesquero. Se apostó por bloques cuando ya no hay gaditanos que los habiten porque han emigrado en busca del trabajo que aquí se les resiste.
He criticado sus formas, he sufrido algunas salidas de tono que prefiero no reproducir, nunca entendí que me mandara requerimientos notariales, que “nombrase” al defraudador Manuel Rodríguez de Castro al frente de la Zona Franca, que no se enfrentase a su partido cuando en 1999 amplió el peaje de la autopista, que subiese los impuestos con la impopular “supertasa”, que impulsase una campaña publicitaria de autobombo, en ocasiones indecente, y que se rodeara de dirigentes con poco nombre y escasos resultados, como Fernando Sicre y Jorge Moreno. Con todo, nada de esto, ni la despoblación o el paro, justificaba el obsceno paseíllo de insultos que soportó fuera del consistorio cuando tomó posesión el acalde José María González. Resultó igualmente inexplicable que el Ayuntamiento la reprobase porque insultó a su sucesor. No se lo merecía por muy gruesas que fueron sus descalificaciones y muy grosera su metedura de pata.
Así las cosas, urge, ahora que no estará en la carrera por el bastón de mando, que el Ayuntamiento revoque en pleno esa reprobación y la nombre hija predilecta de la ciudad a la que dedicó 20 años de su vida. Ése es el final que, como gaditano, espero para la alcaldesa Téofila Martínez.
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